Semana 17
Hola, pingüinos
Empecé a conducir por Ciudad del Cabo en un entorno completamente distinto. Había cambiado el Suzuki Jimny por un pequeño Renault Twingo. Las polvorientas pistas del Kalahari, por el asfalto inerte de la ciudad. El silencio y quietud del desierto, por el ruido y las prisas de una de las ciudades más frenéticas de Sudáfrica.
Pero no tardé demasiado en alejarme del bullicio. Lo que me interesaba de esa zona eran los espacios naturales de la Península del Cabo. Por eso me alojé en el último pueblo de la península, Simon’s Town.
Pasé varias mañanas y tardes fotografiando a los pingüinos africanos de la playa de Boulders. Sentado en una roca, contemplaba a pocos metros de mí cómo estas divertidas criaturas se bañaban o se limpiaban las alas. No parecía que tuvieran ninguna prisa.
También aproveché uno de los días para conducir hasta el final de la Península del Cabo. Un enclave temido durante años por los marineros, debido a las fuertes olas y vientos que se apoderaban de la zona.
Terminé la semana conduciendo hasta la pequeña ciudad de George, al inicio de la Garden Route. Allí me esperaban Andy y Sandy, una pareja de Sudáfrica que había conocido en el desierto, y que me habían invitado a cenar y a dormir a su casa. Su amabilidad me dejaba sin palabras.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.