Semana 26
Nadando entre los gigantes del oceáno
Viajar nos brinda momentos tan intensos que se resisten a las palabras. Son experiencias tan únicas, tan distintas de todo lo que hemos conocido, que nos dejan sin aliento. Emocionados. Incrédulos. Vivos.
Mi primer encuentro con las majestuosas ballenas jorobadas en las aguas de la Isla Reunión fue precisamente uno de esos momentos inolvidables. No sólo porque era la primera vez que nadaba en mar abierto y mi primer intento de nadar con estos enormes cetáceos. Si no, porque tuve la fortuna de presenciar una escena inusual.
Desde la lancha habíamos localizado un grupo de al menos cinco machos de ballena jorobada. Estaban en la superficie, haciendo varios sonidos y movimientos para atraer a alguna hembra. Se movían con agilidad y rapidez, y no estaba nada claro si podríamos verlos desde dentro del agua. Pero teníamos que intentarlo.
En el momento en que me tiré al agua, siguiendo las instrucciones de una guía especializada con esta actividad, todo el nerviosismo y ruido previo desapareció. Hundiendo la cabeza en el agua, apareció frente a mí un mundo azul de silencio. Ya no oíamos los sonidos de los machos que nos habían cautivado desde la barca. Pero trataríamos de nadar un rato. Si las ballenas querían, se acercarían a nosotros.
De repente, una primera sombra oscura empezó a dibujarse en el fondo marino. Nada pudo prepararme para ello. Por la grandiosidad de este ser. Ni tampoco por la elegancia hipnotizante con la que se desplazaba. Me olvidé completamente de que esta criatura medía más de quince metros de longitud y pesaba más de veinticinco toneladas.
Después de la primera ballena, otros siete ejemplares pasaron por debajo de nosotros. Cada vez más cerca. Cada vez más grandes e imponentes. Algunas de ellas nadaron a poco más de dos metros de mí. Ya no eran una enorme masa oscura. Podía ver los colores y textura de su piel. Y, mágicamente, también podía distinguir sus ojos. Establecer una conexión visual con una ballena, sintiendo su genuina curiosidad, me hizo sentir seguro.
Unos instantes más tarde, las ballenas desaparecieron. De nuevo, sólo había azul infinito frente a mí. Saqué la cabeza del agua y me eché a reír. Aquello era felicidad.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.