Semana 27

La llegada a Isla Mauricio

Llegué a Isla Mauricio sin demasiadas pretensiones. Sabiendo que allí terminaría mi ruta por África y que no sería un destino que me emocionaría tanto como los demás países que había visitado. Pero estaba ilusionado por mis días allí, en los que haría un voluntariado en Just Natural. Tenía ganas de vivir en una pequeña casa construida a partir de contenedores marítimos. Tener tiempo para cocinar con calma. Observar la vida de uno de los países con mayor multiculturalidad del continente. Y, sobre todo, poder aprender sobre agricultura regenerativa.

Llegué de noche a la propiedad en la que estaría viviendo y colaborando con algunas tareas. Al día siguiente por la mañana, después de levantarme con la luz del sol y el canto de los pájaros, salí a dar una vuelta para conocer el terreno en el que viviría durante las siguientes cinco semanas. A lo largo de la finca, de casi 2 hectáreas, había numerosos árboles frutales, dos balsas de agua, una zona con plantas endémicas y un huerto con vegetales.

Caminando por ahí, acompañado de Nathalie, percibí rápidamente la pasión que estaban poniendo en este proyecto. Nathalie había decidido cambiar radicalmente de vida después de ver el documental Kiss The Ground. Un inspirador reportaje sobre la agricultura regenerativa y cómo podría contribuir en la lucha contra el cambio climático. Me gustaba que el eslogan de Just Natural fuera Regenerativa Soil & Soul; y que promovieran que los propios clientes recolectaran directamente del huerto que la verdura que comerían.

Cada mañana, colaborar con este proyecto me transmitía mucha paz. Podía realizar tareas en el exterior, sabiendo que tendrían un impacto positivo en el medio ambiente. Algunos días me dediqué a plantar las semillas que habían recogido de los cultivos anteriores; también hice agujeros para plantar plataneros o mandioca; y dediqué algunas horas a arrancar una planta invasora que amenazaba la prosperidad de los cultivos.

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Viví los primeros días en la Isla Mauricio sin prisa. Disfrutando de la sencillez. Consciente de que tenía muchos días allí, opté por dejar las exploraciones más extensas y los descubrimientos del país para más adelante.

No fue hasta finales de semana cuando hice las primeras salidas para visitar algunos puntos de la isla.

Hice los primeros trayectos en los buses de Mauricio. Una forma muy económica de moverse. Pero también algo caótica. No había horarios y era complicado saber qué buses pasaban por cada parada. Pero finalmente me aclaré y fue una buena manera de observar la vida local.

También pasé una tarde en Grand Baie, coincidiendo con una festividad hindú. No sé qué celebraban, pero justo en frente del templo Tamil Surya Oudya Sangam había muchísima gente. Cuando encuentro a una multitud, mi primera reacción siempre es querer irme de allí. Pero me obligué a quedarme un rato. Todo era muy visual. Una explosión de colores y cultura. Y aunque no entendía nada, no podía dejar de mirar todo lo que ocurría.

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Tampoco me faltó tiempo para fotografiar algunos de los paisajes de la isla. Donde existe un contraste interesante entre las playas de la costa y los bosques selváticos del interior. Una puesta de sol en playa de Pereybere me regaló unas luces preciosas e incluso un arco iris, precursor de la llegada inminente de las lluvias.

Unas precipitaciones que me acompañaron durante mi primer sábado en la isla, cuando intentaba hacer el recorrido por las Siete Cataratas de Tamarind. Me perdí y no fui capaz de terminar el recorrido (debería haber ido con un guía), pero me sirvió para hacer una pequeña cata de las maravillas naturales que todavía existen en Isla de Mauricio.

La primera semana en isla Mauricio me regaló tiempo, serenidad y mucha tranquilidad. Y también algunas dosis de descubrimientos, para seguir alimentando la curiosidad que me había traído allí.

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Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.