Semana 66
Una nueva semana en el NOA
De poco me servían las predicciones de Google Maps sobre el tiempo de conducción desde un punto a otro. Desde que había llegado al noroeste de Argentina, a menudo conocido como el NOA, los trayectos en coche siempre acababan siendo mucho más largos de lo esperado. Allí el camino era el viaje. Me importaba mucho más vivir el camino, y gracias a viajar y dormir en mi coche no tenía ninguna prisa por llegar a ninguna parte.
Las carreteras, sinuosas y cautivadoras, me llevaban a través de paisajes rojizos, moldeados por la paciencia infinita del viento y el agua, y por las fuerzas profundas de la Tierra. Movimientos imprevisibles, caóticos y descontrolados, capaces de crear esculturas de una delicadeza inimaginable.
La ruta de la Quebrada de las Conchas, que une la ciudad de Cafayate con Salta, fue uno de esos trayectos mágicos. Desde el coche podía intuir la belleza del paisaje. Pero el espectáculo se exceptuaba cuando encontraba algún sitio donde estacionar el coche y podía adentrarme a pie por algunas de las formaciones geológicas más sorprendentes de Argentina. Como las paredes rojizas y lisas de Los Castillos, el profundo y estrecho cañón de la Garganta del Diablo, o el majestuoso semicírculo natural del Anfiteatro, que envolvía el silencio con su acústica única.
En cada parada, la cámara me permitía adentrarme aún más en ese paisaje, fijándome y capturando detalles de texturas y colores que a simple vista me habían pasado desapercibidos. Detalles que, aunque no fuese evidente, seguían evolucionando lentamente con el incesante paso del tiempo.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.
