Semana 74
¿Caminaría igual bajo la lluvia?
A finales de octubre, Cusco ya empezaba a despertar bajo la temporada de lluvias. Las primeras nubes cargadas cubrían a los Andes, y mi iniciación en aquellas montañas no fue precisamente cálida ni acogedora. Durante la ruta hasta las 5 lagunas del Ausangate, la niebla sólo me dejó entrever una pequeña parte de un paisaje que intuía majestuoso. Después de la subida, y cuando me encontraba a unos 4.500 metros de altitud, la lluvia se convirtió en nieve, terminando el trekking empapado hasta los huesos, con el frío como compañero de ruta.
Tres días después, a pesar de ese primer intento pasado por agua, me disponía a emprender el trekking del Salkantay, una ruta que, en solitario, debía llevarme hasta Machu Picchu después de cuatro jornadas de caminata. Sabía que debería superar los 4.700 metros de altitud, y el tiempo, una vez más, parecía querer jugar en mi contra. No me preocupaba mucho ni la lluvia ni el frío, pero las tormentas eléctricas me generaban un profundo respeto, casi paralizante.
Sin embargo, la suerte parecía empezar a favorecerme. De camino hacia Soraypampa, el punto de inicio de la ruta, el cielo se fue rasgando, dejando entrever un azul limpio y despejado. La previsión anunciaba dos jornadas de sol, justo cuando debía andar por las altitudes más exigentes.
El primer día fue, en efecto, una bienvenida amable. La caminata hasta la Laguna Humantay fue una primera cata de los paisajes que me esperaban: lagunas que brillaban con tonos azulados bajo la luz del sol, y cimas escarpadas que se alzaban como gigantes de piedra.
Aquella tarde, después de una reconfortante cena, contemplé el pico Salkantay dorado por la tarde. Y pedí, en silencio, que ese buen tiempo me acompañara hasta el final de la ruta.
Quería ganármelo paso a paso. Llegar al Machu Picchu caminando. Pero tampoco quería que el camino se convirtiera en un tormento. Confiaba en poder disfrutarlo, respirarlo con calma y saborear la belleza salvaje de las montañas y el verdor que anunciaba la selva. Pero sabía que gran parte de esa experiencia no estaba en mis manos: el clima y el azar decidirían el ritmo de la caminata.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.
