Semana 22

La bienvenida a la avenida de los baobabs

Mientras circulaba por las carreteras de Madagascar y pasaba junto a algún campo con hierba alta y seca, había días en los que todavía tenía el automatismo de ponerme a inspeccionar el terreno en busca de algunas orejas felinas. La nostalgia de los safaris que había hecho por el este y sur de África todavía seguía apoderándose de mí. Habían sido cinco meses muy apasionantes, en los que había disfrutado de cada instante. Me había sentido feliz. Conectado con el entorno.

Madagascar me estaba gustando. Visitar este país suponía conocer una cultura bastante diferente a las que había visto hasta ahora. Y como amante de la naturaleza, no quería dejar pasar la oportunidad de ver lémures, unos animales únicos y muy amenazados. Pero durante los primeros días por la isla roja me estaba costando conectar con ese país. Posiblemente porque todavía tenía la cabeza recorriendo las laberínticas pistas de la sabana y el desierto africano.

Tuvieron que pasar nueve días desde que había llegado a tierras malgaches para que sintiera la emoción de estar en una de las islas más extraordinarias del planeta. Fue en la famosa Avenida de los Baobabs.

Posiblemente esto era lo que me faltaba. Una bienvenida mágica. Estos árboles milenarios me recordaron que la naturaleza es cautivadora. Siempre. En todo el mundo. Quizás en Madagascar no sentiría el vínculo que había tenido con Kenia, Botsuana o Sudáfrica; pero era innegable la belleza y diversidad del país en el que me encontraba.

Mientras el sol empezaba a caer detrás de los baobabs, no dejé de apretar el obturador de la cámara y de moverme. Intentando inmortalizar la belleza de la Avenida de los Baobabs desde todas las perspectivas posibles. Hice un centenar de fotos. Muchas de ellas idénticas. Era mi forma de canalizar la admiración profunda que sentía por este rincón del mundo.

Recuerdos fotográficos de una nueva semana en Madagascar

El trayecto desde el Parque Nacional de Anadasibe-Mantadia hasta Morondava, me permitió gozar de los paisajes y la cotidianidad de algunas regiones de Madagascar muy rurales.

Ya en Morondava, tuve el privilegio de visitar el pequeño pueblo de pescadores de Betania. Un pueblo sin electricidad, donde viven algunas familias de los pescadores seminómadas Vezo.

Estas fotos me siguen trasladando allí…

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Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.