Semana 24
La diversidad paisajística de Madagascar
Poco me esperaba los paisajes que me estaba encontrando por el sur de Madagascar. Desde que había llegado a la Reserva Comunitaria de Anja, las verticales montañas de granito se habían convertido en las protagonistas del entorno. Majestuosas figuras solitarias, que durante cada salida y puesta de sol se teñían de un rojo anaranjado difícil de describir.
Hacía bastantes meses que no veía un paisaje agreste y escarpado, y el de Madagascar me estaba sorprendiendo mucho.
En Anja, dominaban el paisaje las montañas Telo Mirahavavy (Las Tres Hermanas). Tres bloques de granito rodeados de un frondoso bosque que servía de refugio a una de las poblaciones de lémures de cola anillada más grande de la isla.
En el Valle de Tsaranoro, los ochocientos metros de pared vertical del Mount Tsaranoro captaron toda mi atención. Cada año desafiaban a los escaladores más expertos. Yo, que prefería andar, opté por subir al Monte Camaleón, un pico solitario desde donde se tiene una de las mejores panorámicas del valle de Tsaranoro y del macizo de Andrisitja.
Una vez llegué al Parque Nacional Isalo encontré un paisaje muy distinto. Los bloques de granito habían desaparecido; para dar paso a cañones, pequeños oasis de palmeras y grandes formaciones de piedra arenisca. Un paisaje moldeado por la erosión del agua y el viento durante millones de años.
Durante esta semana en Madagascar había tenido tiempo de seguir maravilándome con la fauna endémica de la isla, pero sobre todo había quedado cautivado con la singularidad y diversidad paisajística de este territorio.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.