Semana 33

Volcanes de la Patagonia Chilena

Quince años atrás, los caminos por los que estaba andando se habían cubierto de cenizas y rocas piroclásticas, un recuerdo de la erupción devastador del volcán Chaitén. La más agresiva y destructiva de la historia reciente de Chile. El volcán había arrasado al pueblo de Chaitén y buena parte del Parque Nacional Pumalín.

La ascensión a este volcán no es complicada ni demasiado larga, pero la meteorología me puso a prueba. Cuando llevaba más de la mitad de la ascensión había perdido la esperanza. No por el cansancio, ya que siendo una subida intensa es completamente factible, sino por la persistencia de la niebla y la lluvia. A cada paso la niebla se hacía más densa, la lluvia más intensa y el viento soplaba con mayor fuerza.

Consciente de la ferocidad del tiempo en la Patagonia y asumiendo que en lo alto del volcán posiblemente no se estaba viendo nada, subía cada vez con menos convencimiento. El barro del camino, después de casi dos semanas de lluvia, tampoco ayudaba. Decidí detenerme un rato, y esperar a ver si el tiempo mejoraba. Empeoró. Así que decidí dar media vuelta.

Empecé el descenso algo decepcionado. Pero veinte minutos después una visión inesperada lo cambió todo. Entre la niebla, se dibujaba el mar. Parecía que el día mejoraría. Lentamente, el paisaje se fue revelando frente a mí: el mar, un río y las verdes montañas del Parque Nacional Pumalín.

No sabía a ciencia cierta si la niebla se disiparía, pero decidí subir de nuevo.

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Llegar arriba y ver el volcán fue un regalo inesperado. Posiblemente por eso lo encontré todo especialmente bonito. Más de lo que había imaginado. Todo el entorno era un recuerdo silencioso de la erupción del 2008. Muchos árboles habían quedado calcinados y ahora sólo quedaba su tronco inerte.

Habría podido pasarme un largo rato allá arriba, pero tuve que iniciar la vuelta antes de tener demasiado frío.

UNA DESPEDIDA IMBORRABLE DE CHAITÉN

Subir al volcán Chaitén eran uno de mis objetivos para los primeros días de la Carretera Austral, pero también tenía muchísimas ganas de ver la figura del volcán Corcovado. Es un emblema de la Patagonia. Y una de las montañas más bonitas y elegantes de Sudamérica.

Después de una mañana brumosa, decidí quedarme una noche más en el pueblo. Sentía que no podía irme de allí sin haber contemplado la mágica figura del Corcovado.

No sé si hubiera sido capaz de esperar muchos días, pero no fue necesario. Durante la segunda tarde las nubes dejaron paso al cielo y a las montañas. Y apareció ante mí una forma inconfundible.

No podría haber terminado mejor la semana.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.