Semana 34
¿Qué es el tiempo en la Patagonia?
“Quien se apura en la Patagonia pierde el tiempo”.
Desde que había llegado al sur de Chile, había oído esa expresión varias veces. En ese territorio de meteorología extrema y de naturaleza inhóspita, tener tiempo y flexibilidad son los mejores aliados. Por eso no podía estar más satisfecho al haber decidido recorrer la Carretera Austral con un coche propio, que también se había convertido en mi refugio durante la noche.
Puse a prueba este dicho cuando llegué al mirador del Ventisquero Colgante, en el Parque Nacional Queulat. Allí, en teoría se puede ver un salto de agua que cae directamente desde un glaciar. Yo sólo veía parte del salto de agua, como si fuera una prolongación de las nubes. No tenía nada claro si la situación iba a mejorar. Pero no me quedaba más remedio que esperar. Confiar. Estuve casi dos horas en el mirador, mientras iba viendo cómo la gente llegaba y al cabo de pocos minutos se marchaba sin haber podido ver una de las postales más bonitas de la Carretera Austral.
Mientras estaba hablando con dos viajeras que recorrían la Carretera Austral en bicicleta, nos sorprendimos al ver cómo las nubes empezaban a subir. En cuestión de segundos, nos quedamos boquiabiertos mientras se iba dibujando el glaciar y se iba completando el paisaje que habíamos imaginado. El escenario era mágico. Indescriptible.
Unos días más tarde, al llegar a Puerto Río Tranquilo después de un recorrido encantador desde Villa Cerro Castillo, todo lo que podía ver eran las nubes y las gotas de agua precipitándose sobre el parabrisas. No podía quedarme con esa imagen del pueblo ni del Lago General Carrera, el más grande de Chile. Por eso decidí quedarme allí durante un par de días.
Por la tarde del segundo día, los rayos de sol finalmente empezaron a colarse entre las nubes. Con cierta impaciencia, después de tantas horas de inactividad, fui rápidamente al puerto del pueblo para unirme a una salida en barca para ver las famosas Capillas de Mármol. Estas cavernas son uno de los tesoros naturales de la Carretera Austral.
La navegación hasta allí no fue demasiado plácida, el viento se había activado después de la lluvia, creando olas propias del océano. Por suerte, la zona de las cavernas quedaba muy resguardada y allí el agua estaba totalmente calmada. Allí, finalmente pude ver el color turquesa del Lago General Carrera, mientras me dejaba hipnotizar por los colores y formas de las Capillas de Mármol.
Sin embargo, mi espera en Puerto Río Tranquilo había sido por otro motivo: visitar la laguna San Rafael. Allí se puede ver el imponente glaciar de San Rafael, con una pared de más de cincuenta metros de altura, mientras se navega entre los icebergs que se acumulan en la laguna. Todo este entorno está protegido por el Parque Nacional Laguna San Rafael, un área de conservación que alberga la tercera mayor reserva de hielo del mundo.
Para llegar es imprescindible hacerlo con una agencia local. Desde Puerto Río Tranquilo primero hay que recorrer el Valle Exploradores durante dos horas y después navegar dos horas más entre fiordos. Un largo trayecto. Pero con gran recompensa.
La laguna de San Rafael exhibe una grandeza desoladora imposible de olvidar. Mientras nos desplazábamos entre icebergs y nos acercábamos al glaciar, era un poco inquietante ir escuchando cómo los trozos de hielo crujían y se rasgaban al chocar con el motor de la lancha. Yo, no podía dejar de examinar los bloques de hielo más lisos, con la esperanza de encontrar alguna de las once focas leopardo que habitan en esta laguna.
El entorno no podía ser más salvaje. Era la esencia de la Patagonia. Un territorio en el que todavía quedan paraísos aislados, inalterados y puros. Donde el tiempo sigue avanzando al ritmo de la naturaleza.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.