Semana 36
La llegada a Puerto Natales
Durante un viaje largo hay días y semanas de menor intensidad. A veces necesito tiempo para desplazarme de una zona a otra o para realizar gestiones que me permitan continuar con esta aventura. Son momentos de quietud y, para mí, imprescindibles para no acostumbrarme a la magia de viajar.
Esta última semana fue sinónimo de pausa. Sobre todo en los primeros días. Empecé la semana subiendo al ferry que debía llevarme desde Puerto Yungay hasta Puerto Natales. Un trayecto que, en el mejor de los casos, dura 44 horas. Sin cobertura, dediqué buena parte de la travesía a escribir y revisar las fotos de mi ruta por la Carretera Austral. Observar los paisajes indomables de los fiordos chilenos desde la ventana de la embarcación fue inspirador. La embarcación se habría paso ante un territorio inaccesible y protegido por el Parque Nacional Bernardo O’Higgins y el Parque Nacional Kawésqar.
Cuando llegué a Puerto Natales, seguí trabajando en el contenido del blog durante un par de días. El ritmo del viaje no me había permitido dedicarle el tiempo que hubiera querido. La tranquila biblioteca del pueblo se convirtió en mi oficina temporal. Durante las horas en las que estaba cerrada, aproveché para llevar el coche al mecánico (el mantenimiento es clave en rutas largas para prevenir problemas) y arreglé una grieta del parabrisas.
Quería dejar el coche listo, antes de dirigirme hacia uno de los destinos más icónicos e impresionantes de la Patagonia: el Parque Nacional Torres del Paine. Era uno de los momentos más esperados de mi ruta por Sudamérica. Y pude compartirlo con mi madre y mi hermano, que habían venido a pasar unos días en Chile y Argentina.
Ingresamos en el parque por el sur, donde el magnífico Lago Toro, con su intenso color turquesa, nos dio la bienvenida a este territorio mágico. No tardamos demasiado en descubrir en el horizonte a los inconfundibles Cuernos del Paine. Medio escondidos por las nubes, su figura ya nos anunciaba que los paisajes aquí estaban a otro nivel. Mientras admirábamos estos icónicos picos desde la orilla del Lago Pehoe, no podía dejar de imaginarme cómo serían las salidas y puestas de sol desde allí.
Pero ese momento tuvo que esperar. La primera tarde y todo el día siguiente los dedicamos íntegramente a intentar localizar al mayor felino de la Patagonia: el puma. En Torres del Paine, especialmente en el lado este del parque, existe la densidad más alta de pumas del mundo. Esto no es sinónimo de éxito, puesto que son animales tímidos, que suelen evitar el contacto con humanos, y con una gran capacidad de camuflaje.
Pero tuvimos suerte. Mucha suerte. Después de un par de observaciones lejanas, cuando menos lo esperábamos, pudimos contemplar una hembra de puma desde muy cerca. Pasaron sólo unos segundos hasta que empezó a alejarse. Pero fue suficiente para que su mirada quedara inmortalizada en nuestros recuerdos.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.