Semana 37

Un reencuentro especial

Basta con observar brevemente un mapa de la Patagonia para comprender que los Andes son los responsables del contraste paisajístico entre Chile y Argentina. Chile es verde y escarpado. El agua brota con abundancia por los ríos y se acumula en los interminables lagos que pueblan este territorio lleno de vida. En contraste, en Argentina, la mayor parte de la región patagónica se despliega como una estepa, con vastas extensiones planas y escasa vegetación, interrumpidas únicamente por la presencia constante de los encantadores guanacos.

El Parque Nacional Torres del Paine fue una despedida inmejorable de las montañas de Chile. La belleza de esta cordillera de origen volcánico era incuestionable. Era difícil creer que el azar hubiera podido crear una obra de arte tan completa y equilibrada.

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Después de seis días allí, empecé a conducir hacia el sur de Puerto Natales. Aún estaba en Chile, pero paulatinamente fui abandonando el relevo de los Andes para adentrarme en la vasta estepa patagónica. Las carreteras se volvían rectas, y a medida que me acercaba a Tierra del Fuego, el viento soplaba con mayor intensidad.

La simplicidad de aquellos paisajes tenía algo cautivador y contrastaba con lo que había visto de Chile hasta ese momento. Era hipnótico ir mirando el movimiento de las hierbas altas, que bailaban incesantemente al ritmo de las ráfagas de viento, mientras las nubes creaban un paisaje mucho más dinámico de lo que parecía a primera vista.

 

Después de unas horas de conducción, llegué a Punta Arenas, la ciudad más austral del continente americano. No me interesaba demasiado la localidad en sí. Había conducido hasta allí para ir en barca hasta una colonia de pingüinos de Magallanes en Isla Magdalena.

Navegar por el Estrecho de Magallanes con mal tiempo puede ser un calvario. Afortunadamente, yo no tuve que comprobarlo. El mar estaba tranquilo y todo el trayecto hasta la isla fue calmado, e incluso pude disfrutar de la observación de dos rorcuales boreales.

En Isla Magdalena, me reencontré con los adorables pingüinos. La especie de pingüino de Magallanes es muy similar al pingüino del Cabo, que tan buenos momentos me había regalado hacía seis meses en Sudáfrica. En un primer momento, la multitud de aves podía ser abrumador, pero centrándome en los detalles descubrí pequeñas pinceladas del día a día de los pingüinos. Había parejas en su nido, protegiendo a los polluelos que habían nacido hacía unas semanas. Otros caminaban en grupo hacia el agua, para iniciar una nueva jornada de pesca. Y otros simplemente se lavaban las plumas con parsimonia.

Reencontrarme con los pingüinos fue especial. Y la evidencia de que cada vez estaba más al sur…

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.