Semana 41

Caminando entre la inmensidad del macizo del Paine

Mientras empezaba a hervir agua para la cena, dentro del pequeño quincho del refugio de los Perros,  todas las conversaciones resonaban con un mismo nombre: John Gardner. Este alpinista británico contribuyó en la definición del itinerario del Trekking del Macizo del Paine, y se bautizó el paso de mayor altitud en su honor. Al día siguiente, llegaría el momento de afrontar la ascensión de este icónico paso, situado a 1.200 metros de altitud. Una hazaña que, a primera vista, parecía asequible. Sin embargo, la incertidumbre flotaba en el aire, conscientes de que las condiciones meteorológicas podían transformar el Paso John Gardner en uno de los rincones más desafiantes del parque nacional, especialmente cuando el viento soplaba con fuerza.

La lluvia que había estado cayendo durante todo el día, no ayudaba a levantar los ánimos y a confiar en que la ascensión sería cómoda. Con la tienda de campaña aún mojada y la ropa húmeda, yo no podía dejar de pensar en cómo sería la subida si seguía lloviendo.

Afortunadamente, a media tarde, los guardas del refugio compartieron la predicción del tiempo, revelando una esperada mejora. Por la mañana siguiente, hasta las diez, se anticipaba un intervalo de buen tiempo en el Paso John Gardner. Tendría el tiempo suficiente para superarlo sin lluvia ni viento.

Cuando terminé de cenar, me alegré al notar que la lluvia. Aproveché la ocasión para tender mi ropa, sabiendo que con el viento se secaría en pocos minutos, y me animé a dar un paseo hasta el glaciar de los Perros. No dejaba de sorprenderme la variedad de paisajes de estas montañas. Descubrirlo todo a pie, al rimo de mis pasos, hacía todavía más especial la experiencia.

A la madrugada siguiente, después de una corta noche en la que el viento hacía susurrar a los árboles, empecé la subida hacia el Paso John Gardner antes del alba. Aunque ya había algo de luz, dentro del bosque todavía costaba distinguir el contorno del camino, así que empecé a andar bajo la luz del frontal. En silencio. Deseando que el tiempo me respetara durante la subida.

A medida que ascendía, el viento soplaba con más intensidad, aunque de manera soportable. Proporcionaba la cantidad perfecta de aire para no sufrir, permitiéndome sentir la magnificencia de la naturaleza, la fuerza misma de la Patagonia. Una hora más tarde, los tonos anaranjados del amanecer teñían las nubes y las cumbres de las montañas, creando un escenario tan cautivador que me veía obligado a detenerme cada pocos pasos para seguir retratando lo que veían mis ojos.

Al alcanzar la cima, encontré frente a mí uno de los escenarios más hermosos de Chile. Tenía una vista privilegiada de una pequeña porción del Campo de Hielo Sur, la tercera extensión más grande de hielo continental tras las de la Antártida y Groenlandia. Era un paisaje inmenso. Imposible de plasmar con los píxeles de una fotografía.

Aunque el frío me instaba a continuar, para empezar el descenso hacia el Refugio Grey, opté por quedarme un rato más, deleitándome con la luz. Entonces, como por arte de magia, apareció un tímido arcoíris sobre el Glaciar Grey.

Cuando los dedos ya empezaban a dolerme del frío, empecé a andar nuevamente, despidiéndome del mágico Paso John Gardner, el tramo más odiado y amado del Circuito O. Yo, sin duda, me enamoré de este tramo.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.