Semana 43
Portal Point (64°30′S 61°46′W)
Cuando subí al barco de nuevo, evité entrar en el interior de las cabinas y me quedé en la cubierta. Quería seguir sintiendo el frío antártico, notar cómo la temperatura bajaba a medida que se ponía el sol. Antes de despedirme del día, necesitaba asimilar que hacía unos minutos había estado paseando por el continente Antártico. Me parecía increíble, casi irreal, haber estado caminando por el mágico continente blanco. Dejando mis huellas entre la pulcra nieve de Portal Point. Pudiendo observar focas de Wedell por primera vez, rodeadas de un paisaje prístino. Todo era pureza y silencio. Belleza en mayúsculas.
Ya había guardado la cámara, pero me apresuré a cogerla de nuevo. El paisaje adquiría una tonalidad cada vez más fría y azulada, y con la claridad que en verano ilumina la noche en la Antártida, todo el paisaje parecía una pintura.
Estaba completamente cautivado por el entorno, cuando un sonido inconfundible captó toda mi atención. Ballenas. Había cinco, y me emocionó pensar que quizás ya me había encontrado con alguna de ellas medio año atrás, entre las aguas de Isla Reunión.
Soy incapaz de describir ese momento. Los minutos que pasaron hasta que las ballenas desaparecieron. Me sentí infinitamente agradecido de estar allí. Siendo testigo de una naturaleza inalterada. Y deseando que la humanidad sea capaz de adaptarse para proteger al amenazado mundo natural. Del que siempre continuaremos formando parte por mucho que nos alejemos.
Otros instantes de la llegada a la Antártida
Ojalá pudiera quedarme allí durante meses. Esto es lo que pensé cuando vi las primeras montañas e icebergs de la Antártida. Sabía que esto era imposible, por eso no dejé de fotografiar y analizar el paisaje. Intentando retener todo lo que veía. Como si así pudiera alargar las horas o, tal vez, para poder volver a estos momentos en un futuro.
Cada minuto en la Antártida fue especial. Muy especial. Pero hay algunos instantes que viví durante esta semana del viaje, que fueron aún más formidables:
Navegando el Drake entre aves marinas
Aunque durante la ida a la Antártida viví un Paso de Drake muy benevolente, con olas de tres a cuatro metros, necesité unas horas para acostumbrarme al movimiento del barco en mar abierto. A medida que ganaba estabilidad, me animé a salir a la cubierta a fotografiar aves marinas.
El Paso de Drake es el marco de la convergencia antártica, una barrera biológica natural donde las frías aguas polares se sumergen debajo de las aguas más cálidas del norte. Esto genera una gran cantidad de nutrientes, que sostienen la biodiversidad de esta región, y que atrae a una gran cantidad de aves marinas antárticas. Muchas de estas aves aprovechan las corrientes de aire que genera el choques del viento con el barco, y planean cerca de la embarcación. Así se desplazan prácticamente sin invertir energía.
Quedé maravillando observando muchas de estas aves marinas. Se movían con una agilidad asombrosa entre las olas y el aire. Cambiando con precisión milimétrica de velocidad y dirección.
Las primeras aves que diferencié fueron los albatros ceja negra. Luego, aparecieron en escena un buen número de petreles gigantes antárticos. Y, después de unas horas más de navegación, vi a una de las aves más impresionantes del planeta: el albatros errante. Este albatros es el pájaro con mayor envergadura del planeta.
El maravilloso Canal del Plata
Espero recordar siempre la emoción de las primeras horas navegando entre las islas y montañas de la Antártida. La inmensidad de esos paisajes, que sólo representaban una minúscula parte de toda la extensión del continente más salvaje del planeta.
Durante la primera mañana en la Antártida, por el Canal del Plata, las ballenas jorobadas nos acompañaron durante un largo rato.
Los pingüinos de Punta Palavert
Durante la segunda jornada en la Antártida, me esperaba un nuevo desembarco en Punta Palavert. Antes de empezar la actividad, leí el programa diario para saber cuál era el atractivo de este sitio. Allí encontré esta descripción: “Punta Palaver es un punto en el lado oeste de la isla 2 Mogotes, en el archipiélago Palmer. El número surgió porque el lugar es el sitio de una colonia de pingüinos, con el ruido incesante que le acompaña que se asemeja a la discusión profusa y ociosa que denota la palabra ‘palaver’”.
Parecía que por fin podría vivir la escena soñada de la Antártida: andar por la nieve rodeado de los simpáticos pingüinos.
Creo que las fotos hablan por sí solas…
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.