Semana 5

¿Por qué volver a los mismos parques nacionales de Tanzania?

Desde la orilla del cráter Ngorongoro empecé la semana celebrando el primer mes del viaje. Me encontraba en un escenario perfecto. Y después de haber pasado la noche rodeado de búfalos, de madrugada empezamos a descender hacia el cráter. Seiscientos metros de descenso para llegar a un espacio de 250 km² y con más de 30.000 animales. Un territorio popularmente conocido como el Arca de Noé.

Siempre que empiezo un safari, justo cuando el sol comienza a salir y lo tiñe todo con una luz dorada efímera, deseo ver a algún felino. Y sabiendo que en el cráter Ngorongoro es bastante sencillo ver leones, no podía dejar de imaginarme ese momento. Pero no hubo suerte. Vi leones, varios grupos, pero no en la situación que tanto me había imaginado.

Después de varios safaris, sigo emocionándome igual cuando veo a cualquier animal. Pero es cierto que a la hora de hacer fotos no dejo de pensar en las situaciones que me gustaría encontrar. Sé que es cuestión de paciencia, y cuanto más días pase en la naturaleza más posibilidades tengo de ser testigo de alguna escena memorable. Entonces no será suerte. Será persistencia.

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Seguramente por eso, cuando llegué a Arusha después de haber hecho un safari poco provechoso en el Lago Manyara, decidí que quería volver a visitar al Serengeti y el cráter Ngorongoro. Esta vez haría un safari más corto, de cuatro días en lugar de seis, pero tenía la esperanza de ver algo especial en los parques nacionales del norte de Tanzania. No me importaba tener que soportar de nuevo la interminable carretera hasta el centro del Serengeti.

Me reencontré con algunos guías que ya me habían visto hace pocos días. No acababan de entender qué hacía de nuevo por ahí. Yo siempre les sonreía y les decía que podría pasarme semanas perdido entre las llanuras del Serengeti.

Disfruté de nuevo de las salidas de sol en el Serengeti, de dormir rodeado de sonidos intrigantes y tuve la suerte de ver más leones, hienas, elefantes o hipopótamos. Pero no fue hasta el último día, en el Parque Nacional Tarangire, que pude admirar una escena especial.

Entre las ramas de una acacia estaba una familia de leones durmiendo. Dos leonas adultas y sus cachorros de unos cuatro meses. Primero dormían, pero se fueron activando. Pocas cosas me despiertan más ternura que los pequeños leones. Jugando entre ellos o maullando.

Fue una forma mágica de despedirme de los parques nacionales del norte de Tanzania. Ya sólo me quedaban algunos días en Tanzania, que aprovecharía para trabajar un poco con el blog y revisar las fotos.

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Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.