Semana 54

Momentos mágicos en la Isla Lemuy

Aunque hacía algo de frío, prácticamente no soplaba el viento, y se estaba basando bien en la playa. Sentado allí, en silencio, iba viendo cómo el cielo se iba despejando con la inminencia del amanecer. Quedaban pocos minutos para que saliera el sol.

En el horizonte, me distraía observando las figuras inconfundibles de los volcanes Corcovada y Chaitén, mientras analizaba la calmada agua en busca de alguna aleta. Esperando poder ver a algunos de los miembros de la familia de delfines que frecuentaban las aguas de enfrente de la playa Huiñay, en la Isla Lemuy.

Unos minutos más tarde, escuché los primeros resoplidos. Un grupo de cinco delfines nadaba pausadamente en dirección a la costa. Tras cambiar de dirección, los cinco ejemplares empezaron a nadar mucho más rápido sincronizadamente. Probablemente estaban cazando, y habían conducido un banco de peces a aguas menos profundas para acabárselos comiendo.

Durante más de una hora estuve observando los movimientos hipnóticos de los delfines. Algunos ratos a la distancia, pero también asombrosamente cerca de la costa. Nunca había visto un delfín a tan sólo tres o cuatro metros de la arena. Incluso algún ejemplar sacó la cabeza del agua, probablemente para escanear a quien había palplantado en la playa.

Parecía una escena habitual de la isla Lemuy, una de las más rurales del archipiélago de Chiloé. No había nadie más disfrutando de ese espectáculo de la naturaleza. Probablemente, los habitantes de las pocas casas que había allí estaban ya acostumbrados a la visita de los delfines. Pero, sin lugar a dudas, seguro que seguían alegrándose cuando los veían deslizándose entre el agua. Recordándoles que vivían en un sitio privilegiado.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.