Semana 55
Un amanecer en el río Chepu
Lo primero que pensé cuando el limpiaparabrisas no liberó líquido al accionarlo fue que el depósito estaba vacío. Aproveché una breve parada en Castro, la capital de la Isla de Chiloé, para comprar una botella de este líquido y rellenar el depósito del coche.
Cuando reanudé la y presioné la palanca nuevamente, descubrí que seguía sin funcionar. Como veía suficientemente bien como para seguir conduciendo, decidí revisar el problema al llegar a las cercanías del río Chepu, mi destino del día. Al día siguiente, planeaba Salir a navegar con un lugareño en busca del amenazado huillín.
Un par de horas más tarde llegué al camping donde pasaría la tarde, y abrí el capó del coche para analizar en detalle la causa del problema. Mis conocimientos de mecánica son prácticamente nulos. Pero a veces los problemas son tan evidentes que no hace falta ser un experto. Cuando miré con un mínimo detalle el tubo del líquido del limpiaparabrisas me di cuenta que estaba completamente mordisqueado. Durante mi voluntariado en el Parque Tepuhueico, me habían advertido sobre la abundancia de ratones de bosque en la zona, que a menudo subían a los motores y roían los cables. Aparentemente, las precauciones que había tomado no fueron suficientes.
Descubrí que no solo el tubo del limpiaparabrisas estaba roído; otras gomas también tenían marcas y agujeros. Todo parecía inofensivo, de partes que no eran cruciales para el motor. Pero también vi que el tubo del líquido refrigerante, esencial para el coche, estaba dañado. Comprendí que una visita al mecánico sería inevitable, pero eso ya sería una tarea para al día siguiente.
Esa tarde, disfruté de la serenidad del río Chepu. A la mañana siguiente, esperaba ver algún huillín nadando en sus tranquilas aguas llenas de vida.
Un Encuentro Inolvidable con un Huillín
Al amanecer, todavía sentía cierta inquietud por si las reparaciones del coche serían muy costosas o largas, pero se me olvidó rápidamente cuando me encontré con Fernando y nos pusimos a navegar en su pequeña barca.
El sol todavía estaba escondido por los árboles. Todo era silencio y quietud.
Mientras recorríamos el río, Fernando me advirtió que los encuentros con los huillines eran impredecibles. Estos mamíferos acuáticos, en peligro de extinción, pueden recorrer más de diez kilómetros en un solo día y se desplazan por territorios de hasta sesenta kilómetros de longitud.
La casualidad hizo que justo cuando Fernando estaba acabando de decirme que no siempre conseguía ver a los huillines, una silueta apareciera nadando frente la barca. Había poca luz, me costó distinguir de qué animal se trataba. No tenía claro si era un pato, un huillín o un coipu. Pero después de unos segundos de observación, mi rostro empezó a esbozar una sonrisa. ¡Era un huillín!
Lo que viví a continuación superó todas mis expectativas. El huillín, confiado, se acercó varias veces al barco mientras intentaba pescar. En otras ocasiones, se acercaba a nosotros y nos miraba en curiosidad, intentando descifrar qué hacíamos allí. Pude observarlo durante más de dos horas mientras se zambullía, nadaba panza arriba para saboreaba sus presas y también caminando por la orilla, buscando algún lugar para descansar o limpiarse el pelaje.
Siempre he sentido una gran fascinación por las nutrias y, sin duda, pasar tiempo con este ejemplar fue un regalo inesperado.
El día no habría podido empezar mejor. Sin embargo, al regresar al coche, recordé el problema pendiente. Tras conducir unos veinte minutos, con una atención obsesiva hacia la aguja que marcaba la temperatura del motor, llegué a un pequeño taller mecánico. Allí me atendió un amable hombre, que durante años había trabajado de mecánico en los barcos de las pesqueras gallegas. Mientras me preguntaba sobre mi viaje, se puso manos a la obra y sin muchas complicaciones pudo sustituir el tubo dañado por los ratones.
Afortunadamente, el motor del coche no habría sufrido daños mayores. Así que pude aprovechar la última tarde en la isla de Chiloé para conducir hasta el norte de la isla, para visitar el Monumento Natural de los Islotes de Puñuhil. Mi último día en la inconfundible isla de Chiloé, después de casi un mes allí, no habría podido ser más especial.
Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.