Semana 56

Cuando nieva todo cambia

Buscando el otoño, me había tropezado con un invierno inesperado. En esta abrupta transición, los colores ocres que cubrían los bosques de la Araucanía andina habían quedado cubiertos del blanco de la nieve, que también había ocultado los caminos y me había obligado a cambiar de planes constantemente.

Hacía tres días que había llegado a Pucón, un pequeño pueblo en las faldas del volcán Villarrica, y desde ese momento no había dejado de llover. Llovía en el pueblo y nevaba en las montañas. La nieve se iba acumulando en los bosques a los que quería ir cuando el tiempo mejorara un poco. No contemplaba marcharme de aquella zona sin intentar alcanzar los 1.500 metros de altitud, donde crece la araucaria de Chile, uno de los árboles más representativos de esta región de los Andes. En condiciones normales no me hubiera costado nada, pero con la nieve nueva escondiendo caminos desconocidos, tenía claro que sería más complicado.

El santuario del Cañi

Cuando finalmente dejó de nevar, me dirigí hacia el Santuario del Cañi, una de las primeras áreas de conservación de gestión privada en Chile. En la entrada, ya me advirtieron que el camino hasta el mirador Melidekin no estaba habilitado, y que, a lo sumo, podría llegar a la Laguna Negra. Después de la nevada, todavía nadie había subido hasta allí, y cuando empecé a andar, no tenía nada claro si el estado del camino estaría suficientemente bien para llegar.

A medida que ascendía, alcanzando los 1.000 metros de altitud, la nieve se convirtió en la gran protagonista del paisaje. Un manto blanco de nieve virgen escondía los caminos y cubría las copas de los enormes coigües que rodeaban el sendero. El peso de la nieve también había deformado los árboles y arbustos más jóvenes, por lo que muchos troncos y ramas reposaban sobre el camino. Cada paso que daba era más lento e incómodo, y finalmente decidí deshacer el camino sin llegar a las lagunas de origen volcánico a donde me hubiera gustado llegar.

Pese a no haber podido completar la ruta que había planeado, tuve la oportunidad de andar por un paisaje efímero y lleno de magia. La serenidad de ese paraje nevado, con los árboles esculpidos por la nevada reciente, me ofreció una experiencia única, un encuentro con la belleza cambiante de la naturaleza en su estado más puro.

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El Parque Nacional Huerqueue

Al día siguiente tuve una nueva oportunidad de andar hasta las majestuosas araucarias. Conduje hasta la entrada del Parque Nacional Huerqueue, y allí inicié a pie la subida hasta las Laguna Chico.

Aunque en la primera parte del camino no había nieve, a medida que ascendía el paisaje empezó a teñirse de blanco. Por suerte, el camino estaba bien marcado, gracias a que alguien había caminado por ahí con raquetas de nieve durante el día anterior. La nieve había quedado más compactada y podía andar con seguridad.

Sin embargo, todavía quedaba mucha nieve acumulada entre los troncos y hojas de los árboles, y con el paso de las horas había empezado a deshacerse y precipitarse. Constantemente caían proyectes desde el aire que me hacían maldecir la nevada cada vez que me caían encima.

Pero seguí andando. Y cuando llegué a la primera laguna, rodeada de araucarias milenarias cubiertas de nieve, me olvidé rápidamente de todos los inconvenientes que la nevada me había ocasionado.

Ese paraje no podía ser más maravilloso.

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Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.