Semana 61

Silencio y jaguares en el río Miranda

La llegada hasta el diminuto pueblo de Paso do Lontra se me complicó más de lo previsto. Después de más de veinticuatro horas de una regeneradora lluvia, que había logrado reducido los incendios que llevaban arrasando el Pantanal Sur desde hacía días, todas las pistas de tierra habían quedado completamente embarradas. Por eso, se me hicieron eternos los últimos diez kilómetros para llegar hasta el pueblo. El pequeño Renaul Kwid que había alquilado no era el mejor coche para avanzar por esa pista de tierra cubierta de agua. Pero no tenía más opciones. Sabía que lo importante era no parar, para no quedarme atascado.

Sufrí. Quizás innecesariamente. Pero por suerte, pude superar todo el camino y llegar a Paso do Lontra sin quedarme hundido en el barro. Una vez instalado en el alojamiento, a orillas del río Miranda, ya respiré tranquilo. Inspirando la calma que me transmitía ese rincón del Pantanal.

Por la tarde, me encontré con Tony, el guía que me acompañaría durante las salidas en barca para intentar localizar algún jaguar. Sería una experiencia bastante diferente a la que había vivido en Porto Jofre, donde hay una mayor densidad de jaguares pero también muchos más turistas. En el río Miranda no habría más gente buscando a estos felinos y, en caso de encontrar alguno, sería un ejemplar poco acostumbrado a ver a personas y barcas. Todo el proceso, desde la búsqueda hasta la observación, sería mucho más íntimo y auténtico. Pero sabía que las probabilidades de ver a algún jaguar allí también eran más bajas. Necesitaría una buena dosis de suerte.

Una hora mágica entre jaguares

El primer safari de tarde y de mañana fueron muy poco fructíferos. De poco habían servido las horas de monotonía, buscando entre la vegetación algún movimiento o textura que indicara la presencia de un jaguar.

Durante la segunda tarde, ya llevábamos un par de horas navegando y todo parecía igual de tranquilo. De hecho, empezaba a pensar que no había sido una buena idea ir a buscar jaguares en el río Miranda tras la experiencia de Porto Jofre. Dudaba, mientras notaba que las horas iban pasando y que no faltaba demasiado para tener que dar media vuelta y volver al alojamiento.

Mientras estaba inmerso en mis pensamientos, en el momento más inesperado llegó la gran sorpresa del día. Justo después de una curva del río encontramos dos jaguares descansando en una pequeña playa. Eran una hembra adulta y su hijo de aproximadamente un año. Una escena con la que soñaba desde que había empezado el viaje al Pantanal.

Rápidamente, mi guía paró el motor de la barca y me avisó para que tirara el ancla al río, para quedarnos parados lo antes posible. Los primeros minutos eran cruciales para evitar que los dos felinos se asustaran y desaparecieran entre la vegetación. Por eso nos quedamos quietos en la barca, mientras nos observaban.

Una vez noté que los dos jaguares ya no nos prestaban atención, empecé a tomar fotos. Prácticamente sin dejar descansar la cámara. Sin saber si sería capaz de captar la emoción, pasión e intensidad de ese momento mágico.

Fue inolvidable observar, en solitario y en completo silencio, cómo los dos jaguares descansaban, interactuaban y caminaban por la playa. Mientras, el sol iba poniéndose y pintaba la escena de una luz cada vez más cálida. Todo era perfecto.

Y aunque la deliciosa luz del atardecer era un regalo para disfrutar de la fotografía, también anunciaba la inminente llegada de la noche. Así que tuvimos que marcharme cuando los jaguares todavía se encontraban en la misma playa donde los habíamos encontrado. El regreso hacia el alojamiento fue también muy especial. Navegando bajo la luz de las estrellas, que se reflejaba en el agua y nos permitía avanzar sin necesitar luz artificial alguna.

Llegué al alojamiento congelado, pero con la satisfacción de haber presenciado un momento único en el Pantanal. Aunque me costaba asumirlo, era consciente de que difícilmente volvería a vivir un instante como ese…

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.