Semana 64

De nuevo en ruta con mi coche...o no

Después de mes y medio de aventuras en Brasil, llegué a Santiago con un único propósito: recuperar mi coche y reanudar la ruta hacia el norte de Chile y Argentina. Me faltaba descubrir los Andes, experimentar la altitud del altiplano andino y sumergirme en una cultura y unos paisajes completamente diferentes a los de la Patagonia.

Pero antes de lanzarme a la carretera, tenía que pasar la inspección técnica del coche. Todo parecía sencillo: el coche funcionaba bien y no mostraba ningún problema aparente. Sin embargo, el optimismo duró poco: el funcionario de la planta me informó de que el vehículo no había superado la revisión. Necesitaba cambiar los amortiguadores y otra pieza que, sinceramente, ya ni recuerdo.

Así que, a pesar de mi aversión por conducir dentro de las ciudades, me tocó dar vueltas por Santiago, de un mecánico a otro, buscando alguien que no me cobrara un precio desorbitado solo por ser extranjero. Después de muchos intentos y un buen puñado de paciencia, encontré un taller que podía solucionar el problema en un par de días y a un precio razonable.

Con las reparaciones hechas, volví a la planta para la segunda revisión. Ahora bien, había un detalle que conscientemente había decidido ignorar: la matrícula. Según el funcionario, estaba demasiado gastada y debía cambiarla. El trámite sería largo y complicaría mis planes, así que preferí arriesgarme.

Desde la distancia, vi cómo los inspectores se fijaban en la matrícula, haciendo algún gesto poco positivo. Al final, me hicieron señas para que me acercara a ellos y me preguntaron si no había notado que la matrícula estaba deteriorada. Decidí tirar de recursos y poner cara de pena, explicándoles que el coche era mi hogar sobre ruedas y que, si tenía que cambiar la matrícula, perdería demasiado tiempo y posiblemente tendría problemas para cruzar la frontera con Argentina y continuar mi viaje.

Con algo de suerte y empatía por parte de los trabajadores, decidieron pasar por alto el desgaste, ya que los números y letras de la matrícula todavía se leían perfectamente. A los pocos minutos, salía de la planta con la inspección técnica aprobada. ¡Volvía a ser libre para continuar la aventura!

Una aventura que retomé conduciendo hasta la frontera principal entre Chile y Argentina, el paso de Los Libertadores. Una ruta que estaba colapsada después de haber permanecido cerrada durante cuatro días a causa de un temporal en los Andes. Tuve que llenarme de paciencia y, finalmente, unas cuatro horas más tarde, pude realizar todos los trámites para entrar en Argentina. Allí, la cima del Aconcagua, medio escondida por las nubes, me daba la bienvenida. Con esos paisajes, todo parecía indicar que mi ruta por el norte de Argentina iría muy bien.

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Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.