Semana 67

Cruzando el altiplano andino de Argentina a Chile

Unas semanas atrás, en Fiambalá, oí cómo una mujer explicaba que su coche había dejado de funcionar después de haber subido por la Ruta de los 6 Miles, una carretera impresionante que sube hasta más de 4.000 metros de altitud . Los habitantes del pueblo le aseguraban que era una situación normal. «Los vehículos también se apunan«, repetían con naturalidad. No sólo las personas pueden sufrir dolor de altura, la mecánica de los vehículos también se afecta por la falta de oxígeno y la presión atmosférica.

Con esta historia rondándome por la cabeza, empecé a prepararme para cruzar la frontera entre Argentina y Chile por el Paso Jama, uno de los pasos andinos más altos. No había alternativa si quería continuar hacia el norte: era necesario conducir hasta los 4.830 metros de altitud, más arriba que la cima del Mont Blanc. Mi coche, antiguo y con muchos kilómetros en el contador, me generaba ciertas dudas. ¿Sobreviviría (el coche) al reto?

Después de una noche gélida a 3.500 metros, rodeado de silencio y estrellas en las Salinas Grandes, empecé el ascenso hacia el punto fronterizo, situado a 4.200 metros. A medida que avanzaba por las largas subidas, me venía a la cabeza un pasaje del libro Los Viajes de Júpiter, donde el autor, un viajero intrépido que había dado más de una vuelta al mundo en moto, contaba una escena memorable: durante unos días había viajado con la compañía de una abuela y su nieto, que para poder superar las intensas subidas de la meseta andina sin sobrecalentar el motor, debían circular con el capó del coche abierto y la cabeza sacada por la ventana. Me prometí a mí mismo que haría lo posible por no llegar a esta situación.

Llegué al paso fronterizo a primera hora de la mañana, justo después de que abrieran. Si tenía algún problema mecánico durante el trayecto, sería más fácil encontrar ayuda por la mañana que a media tarde. Para solucionar cualquier imprevisto, dependía completamente de los coches o camiones que pasaran por esa carretera, ya que durante 150 kilómetros no habría cobertura ni ningún pueblo.

Crucé la frontera sin problemas, era la décima vez que pasaba por una frontera entre Chile y Argentina, y empecé a conducir. Ya había llegado hasta los 4.200 metros, mi primera vez conduciendo a estas altitudes. Pero aún tenía que subir mucho más.

El camino seguía subiendo. Pese a la incertidumbre, no podía evitar sentirme fascinado por el paisaje. El decorado era sencillamente hipnótico: salares infinitos, lagunas turquesa y volcanes majestuosos se desplegaban frente a mí en un minimalismo que cautivaba. Pese a las ganas de llegar a San Pedro de Atacama y liberarme de las preocupaciones, hice varias paradas para fotografiar ese espectáculo natural. Eso si, siempre eran paradas cortas y dejando el motor del coche en funcionamiento, no fuera que no se volviera a poner en marcha…

Contra todo pronóstico, mi viejo coche resistió dignamente. Superó el punto más alto de la ruta sin contratiempos. Mientras contemplaba la silueta del volcán Licancabur desde la carretera, dejé escapar una sonrisa aliviada. La travesía había sido un éxito, con lo que empezaba la etapa final de mi recorrido por Chile. El desierto de Atacama me esperaba, con su paisaje único y la promesa de nuevas aventuras.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.