Semana 68

Parinacota

La provincia chilena de Parinacota, junto a la frontera con Perú y Bolivia, tiene una altitud media de 3.467 metros. Su capital, Putre, apenas alcanza los 2.500 habitantes. Con estos datos, es fácil imaginar la soledad que impera en esta región, un territorio andino profundamente ligado a la cultura aimara, en la que los pequeños pueblos resisten como vestigios de un pasado que se difumina con el tiempo.

En lugares como éste es imposible pasar desapercibido. Así que, cuando llegué a Putre y vi que no había ningún sitio demasiado idóneo para pasar la noche en mi coche camperizado, decidí acercarme a un pequeño hotel para preguntar si me dejarían dormir en su aparcamiento. Era una zona espaciosa y durmiendo allí no molestaría a nadie.

Nada más detener el coche, tres pastores alemanes jóvenes salieron a recibirme. Juguetones e inquietos, me pedían caricias y me instaban a tirarles alguna piedra para perseguirla. Parecía que venían del hotel, así que pensé que estaría abierto, aunque no había ningún otro coche en el parking ni mucha luz en el interior. La puerta estaba abierta, así que decidí entrar y saludar, esperando encontrar a alguien.

Inicialmente no recibí respuesta, pero al otro lado del pasillo se filtraba el sonido de una melodía. Lo seguí y, al llegar al comedor, me encontré con una escena inesperada: los propietarios del alojamiento bailaban un tango con gran pasión. Habían convertido ese espacio en una pista de baile improvisada, aprovechando la falta de clientes esa noche.

Al verme, se sorprendieron por un instante, pero enseguida sonrieron y me dieron la bienvenida. Me dijeron que podía dormir en el parking sin ningún problema. Sólo me pusieron una condición: dedicar un rato a jugar con sus incansables perros, siempre ansiosos de perseguir algún palo o pelota.

Acepté con gusto y, finalmente, dormí cinco noches allí. Durante aquellos días exploré parajes de extraordinaria belleza: el mágico Parque Nacional Lauca, el Monumento Natural del Salar de Surire, la Reserva Nacional de las Vicuñes y la montaña de Suriplaza. Fueron unos días mágicos, viendo algunos de los paisajes más asombrosos de mi ruta por Chile.

También tuve la oportunidad de conocer mejor a los dueños del hotel. Eran dos personas de ciudad que, por motivos diversos, habían terminado rehaciendo su vida en este rincón de mundo, a 3.500 metros de altitud, rodeados de silencio y naturaleza. Para mí, parecía un cambio de vida perfecto.

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Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.