Semana 69

La despedida de una ruta inolvidable

Veinticuatro horas. Un día. Esto es lo que debía conducir para ir desde Putre, junto a la frontera con Perú, hasta Santiago. Se me hacía un poco raro estar alejándome del nuevo país que quería visitar, Perú, pero había llegado el momento de vender el coche y seguir viajando de una forma diferente.

Había decidido tomar esa decisión por dos motivos. Lo principal era que, siendo extranjero, no puede cruzarse con un coche de matrícula chilena desde Chile hasta Perú. El segundo motivo, es que el transporte en bus y el alojamiento es mucho más económico en Perú, y realmente me salía más a cuenta moverme sin coche.

Por tanto, se acercaba el final de mi vida nómada por Chile y Argentina. Después de haber viajado por estos dos países durante siete meses, viviendo en un coche que me había permitido tener una libertad que siempre había anhelado. Había pasado noches durmiendo solo rodeado de naturaleza, bajo cielos estrellados mágicos; otros acompañado de las furgonetas de otros viajeros en áreas de servicio; y algunas en campings rústicos en los que me había refugiado durante los días de mal tiempo.

Había sido un viaje memorable. Salvaje. Y durante el largo tirón de conducción, más de 2.000 kilómetros, tuve tiempo de rememorar muchos momentos. Me parecía increíble recordar todos los paisajes que había tenido oportunidad de conocer. Entre el sur y el norte de Chile y Argentina había encontrado grandes contrastes. Y aunque los dos destinos me entusiasmaron, la Patagonia había sido mi parte preferida de la ruta. No podía dejar de pensar con los fascinantes paisajes de la Carretera Austral, o con las mágicas montañas de Torre del Paine o del Parque Nacional Los Glaciares.

Antes de llegar a la capital, me desvié hacia la costa, para visitar Chañaral de Aceituno. Una de las mejores zonas donde ver cetáceos en Chile. Sabía que no era la mejor época, pero quise hacer una salida para probar suerte. No había visto ballenas en la costa chilena, y pensé que sería una buena despedida. Y sí, lo fue, puesto que durante la navegación pude ver cinco cachalotes, unos cetáceos muy poco frecuentes en esta zona. Una sorpresa más, la última, de una memorable ruta.

Mientras desmontaba la cama plegable y toda la organización que me había permitido convertir el Honda Pilot en mi minúscula casa, el paso previo a poner el coche a la venta, me despedí de esta etapa del viaje.

Ahora me esperaba Perú.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.