Semana 70

De Huaraz al Huayhuash

—Mañana me voy al Huayhuash durante seis días. Si quieres venir, ya lo sabes —me dijo Erik mientras me daba medio aguacate para el desayuno.

Erik, el propietario del pequeño hostal donde me estaba quedando en Huaraz, también era guía de montaña. Conocía el trekking del Huayhuash como la palma de su mano: lo había hecho más de cien veces. Yo ya le había comentado que no quería hacerlo con ninguna agencia. Me resistía a la idea de que los burros y caballos cargaran mi comida y equipo: una práctica habitual en estos trekkings de logística compleja. Pero él, con mucha generosidad, me había ofrecido poder andar con su grupo si alquilaba el material de acampada con él. Para mí era una opción perfecta.

Lo que no esperaba era que me avisara con tan poca antelación. Y menos aún cuando hacía apenas un día que había llegado a Huaraz, y seguía aclimatándome a la altitud de la ciudad (3.000 msnm) y las montañas que le rodean, donde las rutas superan fácilmente los 4.500 msnm.

Mientras acababa de desayunar, estaba lleno de dudas. Hacía tiempo que quería realizar este trekking y sabía que, entrando ya en temporada de lluvias, sería cada vez más difícil encontrar a alguien con quien compartirlo por libre. Quizás era mi única oportunidad. Lo que tenía claro era que solo no lo afrontaría. Nunca había hecho ninguna ruta durmiendo a tanta altitud, y no sabía cómo respondería mi cuerpo. Era demasiado arriesgado.

Tenía muchas ganas de decirle que sí. Que contara conmigo. Pero también sentía que quizás me estaba precipitando. No tenía nada preparado para irme al día siguiente y ser autosuficiente durante ocho días en la montaña. Además, todavía no sabía si mi cuerpo estaba realmente listo. Un solo día de aclimatación era justo. Confiaba, eso sí, en que mi cuerpo conservara la memoria de altitud del tiempo vivido en la meseta de Chile y Argentina, donde también había llegado a los 5.000 metros.

Decidí aprovechar el día para subir andando hasta la Laguna Churup y acabar de decidir por la tarde. A última hora. Todo lo contrario de cómo suelo y me gusta hacer las cosas. Pero al fin y al cabo, el viaje me había enseñado que las decisiones improvisadas podían ser extraordinarias. Como cuando me fui a la Antártida aprovechando una oferta de última hora o cuando hice de voluntario en la reserva de Tepuhueico. Sólo era necesario confiar en mi instinto.

La ruta hasta Churup fue muy bien. Por la tarde, eso sí, me empezó a doler un poco la cabeza. Pero nada grave. Ningún síntoma preocupante de dolor de altura. Así que decidí aprovechar la oportunidad. Al día siguiente empezaría el trekking del Huayhuash. Uno de mis sueños viajeros.

La tarde fue un pequeño caos. Fui tienda tras tienda buscando soja texturizada y frutos secos, mi alimento de confianza para los trekkings. También tuve que conseguir gas para cocinar y potabilizar agua. Y, finalmente, cuando me encontré con Erik, preparamos todo el material: tienda, esterilla y un saco con temperatura de confort de -18 °C. Todo listo para acampar a gran altitud.

A las ocho de la tarde, con la mochila aún por organizar y sin saber si todo cabría en ella, empecé a preguntarme si de verdad había tomado la decisión correcta. Sobre todo sabiendo que me tocaría levantarme a las 3:30. Pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Y me alegré. Sabía que me esperaba una de las experiencias más auténticas y memorables de mi paso por Perú.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.