Semana 73

Imprevistos andinos, una aventura diferente en el Cañón del Colca

No siempre sale todo bien cuando uno viaja. Por mucho que planifiques, compares y escojas la mejor opción, a veces hay imprevistos. Sobre todo cuando la organización no es el punto fuerte de las agencias locales, como suele ocurrir en Perú.

Durante los días que pasé en Huaraz, donde realicé varias excursiones con agencias de la zona, ya había podido comprobar que las mañanas eran un auténtico caos. Dado que las salidas comenzaban de madrugada, los conductores solían recoger a los viajeros frente a su alojamiento, pero casi siempre llegaban con más de veinte minutos de retraso. La desorganización era tan evidente que me sorprendía que no se olvidaran de nadie. Pues bien, en Arequipa descubrí que, efectivamente, a veces sí se olvidaban de algún pasajero.

Aquel día me había levantado a las tres y media de la madrugada para estar listo a las cuatro, cuando en teoría tenían que pasarme a recoger para ir hacia el Cañón del Colca. Había decidido no hacer el circuito turístico habitual y, en lugar de eso, contraté sólo el transporte hasta la Granja del Colca, un pequeño alojamiento ecológico situado en lo alto del cañón, ideal para observar cóndores en libertad y conectar con el entorno.

Esperé más de media hora sin ninguna noticia, y cuando finalmente contacté con la agencia, me dijeron que… se habían olvidado de mí. El vehículo ya había salido hacia el Colca con un asiento vacío: el mío.

Después de mucha insistencia, me consiguieron una plaza en otro coche que salía a las ocho de la mañana, mucho más tarde de lo que quería. El trayecto hasta la parte alta del Colca es largo, lo que hizo que llegara bien entrada la tarde, con poco margen para ver cóndores.

Pese al retraso, la primera visión del cañón me dejó boquiabierto. El Cañón del Colca es un inmenso corte en la tierra que serpentea entre montañas y terrazas agrícolas preincacas, con paredes abruptas que se desploman más de tres mil metros hasta el río que marca su fondo. Es un lugar impresionante, no sólo por su dramática geografía, sino también porque es una de las mejores zonas de Perú para observar el vuelo del cóndor andino, el gran símbolo de los Andes.

Aquella tarde, sin embargo, la naturaleza no me regaló ningún gran espectáculo. Sólo vi dos cóndores deslizándose en el aire, muy a lo lejos, como dos sombras sobre el cielo.

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Pero a la mañana siguiente, todo cambió. Cuando el sol empezó a calentar las paredes del cañón, se generaron las típicas columnas de aire caliente que los cóndores aprovechan para despegar. Y entonces, aparecieron.

Uno tras otro, empezaron a volar por encima de mí, deslizándose suavemente por el cielo, aprovechando el viento. Algunos de ellos pasaron a pocos metros, con las alas abiertas de más de tres metros de envergadura. Fue un espectáculo majestuoso y silencioso, uno de esos momentos que te deja sin palabras.

Me quedé con ganas de ver a un macho adulto de cerca, con su cuello blanco característico y el plumaje negro intenso, pero aún así me fui con la sensación de haber descubierto un pequeño tesoro de Perú. Lástima que mi presupuesto no me permitía alargar la estancia… porque ese rincón solitario del Colca invitaba a quedarse unos días.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.