Semana 75

Llegar al Machu Picchu

Hacer el trekking Salkantay por libre, y llegar hasta Machu Picchu caminando, es una aventura mucho más accesible de lo que puede parecer. La ruta serpentea por pequeños pueblos rurales donde es posible alojarse en hostales locales muy económicos. Esto permite viajar ligero, sin necesidad de cargar material de acampada, y disfrutar al mismo tiempo del contacto directo con la vida cotidiana de las comunidades.

Durante mi experiencia, el alojamiento había ido mejorando cada día. En la primera noche, a 4.000 metros de altitud, había dormido en una sencilla habitación compartida con literas. La siguiente, ya en las puertas de la selva alta, encontré un hostal con habitación privada y baño compartido. Y en Lucmabamba, rodeado de plataneros y plantaciones de café, me recibieron con una amplia habitación con baño privado y una deliciosa cena que aún recuerdo. Todo sorprendentemente a precios muy asequibles.

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La madrugada siguiente, después de una noche de mucha lluvia, rayos y truenos, retomé el camino bajo una lluvia fina. El cielo amenazaba nuevos chubascos, y yo tenía prisa: quería llegar a Aguas Calientes lo antes posible para intentar conseguir una de las preciadas entradas para visitar el Machu Picchu al día siguiente. Enfilé la subida hacia Llactapata a buen ritmo, avanzando excursionistas, mientras notaba cómo sudaba cada vez más por el calor y humedad.

Cuando llegué al mirador de Llactapata, todavía había una espesa niebla. Desde allí, en días despejados, se tiene la primera vista de la ciudad sagrada de los incas. Pero parecía que yo debería esperar para poder tener la primera vista del Machu Picchu. Me esperé durante unos minutos, pero viendo que el clima no mejoraba, seguí andando. Me esperaban casi 1.000 metros de desnivel negativo para llegar hasta la Hidroeléctrica. Un descenso que, pese al barro, no fue demasiado complicado.

Una vez descendí hasta la vía del tren, empezaron unos interminables diez kilómetros caminando junto a los raíles. Un camino monótono y, que con el calor y la humedad de la selva, se me hizo más duro de lo que esperaba. Pero no fueron más de dos horas andando, hasta que llegué finalmente al pueblo de Aguas Calientes. Sin perder tiempo, dejé la mochila en el alojamiento y me dirigí directamente a la oficina del Ministerio de Cultura.

El sistema para conseguir entradas de última hora es confuso y además cambia cada pocos meses. Ese día repartían números por la mañana para volver por la tarde y formalizar la compra. Me tocó el 484, de los 1.000 disponibles para quienes no habían reservado por internet.

Por la tarde, llegó el momento definitivo. Los números iban avanzando con lentitud, mientras las plazas disponibles disminuían una tras otra. La tensión era evidente. Por suerte, acabé consiguiendo la deseada entrada por el circuito clásico: el recorrido que ofrece las vistas más icónicas y emocionantes del Machu Picchu.

Al día siguiente, al mediodía, llegué finalmente frente al Machu Picchu. Delante mío se levantaba esa silueta inconfundible, la misma que había visto innumerables veces en libros y fotografías. El sitio estaba lleno de visitantes, y en medio de la multitud podía ser fácil perderse entre el ruido y la prisa. Sin embargo, el hecho de haber llegado a pie, después de cuatro intensos días de ruta, me permitió vivirlo con una mirada diferente: como la culminación natural del trekking del Salkantay, una de las rutas más completas y fascinantes de Perú.

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Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.