Semana 77

Una nueva puesta de sol en Playa Mann

Mientras viajaba por Perú decidí que las islas Galápagos fueran el final de mi ruta por América del Sur. Había visitado estas islas hacía diez años, haciendo un crucero mágico por este maravilloso archipiélago. Y desde ese momento tenía claro que quería volver. Por fin había llegado el momento.

La llegada hasta allí fue algo accidentada. Básicamente porque mi mochila se perdió durante el trayecto en avión de Lima a Guayaquil. La compañía aérea no sabía dónde estaba. Así que llegué a las islas con sólo una muda de ropa. Por suerte, tenía también el bañador conmigo.

Me esperaban casi veinte días entre las tres islas principales de las Galápagos: San Cristóbal, Isabela y Santa Cruz. Tenía muchas ganas de poder vivir con calma todos los rincones de estas islas. En todas ellas hay rincones escondidos a los que sólo se puede llegar con guías y barca, pero también zonas encantadoras que se pueden visitar por libre.

En San Cristóbal, uno de mis sitios preferidos fue la cercana y concurrida Playa Mann. Cada noche me acercaba para observar y fotografiar a los leones marinos, que descansaban sobre la arena dorada mientras la puesta de sol los teñía de luz cálida. Las crías, pequeñas y juguetonas, buscando constantemente a su madre, añadían ternura a la escena.

Era un ritual sencillo, cotidiano, a la vez que intenso. Guardo un recuerdo inolvidable, que me transporta a la esencia de los viajes sin prisa, que me permiten integrarme un poco más en los destinos que visito. Durante una semana, mi rutina fue ir a ver la puesta de sol rodeado de estos animales curiosos y tranquilos. Un privilegio difícil de igualar.

Este post forma parte del resumen semanal de mi largo viaje, un viaje que al que he llamado Quinuituq.