Con el murmullo de los excursionistas más madrugadores iniciamos la primera etapa de las seis con las que haríamos Carros de Foc. Por fin. Empezábamos. Y lo hicimos acompañados de un cielo despejado. Donde la anaranjada luz del sol era la única protagonista. Nos sentíamos radiantes, como el tiempo. El dolor de rodillas o de espalda aún no habían aparecido. Así que estábamos impacientes por iniciar la marcha.
Habíamos decidido hacer la Carros de Foc en el sentido contrario a las agujas del reloj. Por lo tanto, nuestra primera etapa consistiría en ir del refugio del Estany Llong hasta el refugio de Colomina. Unos doce kilómetros de longitud y seiscientos metros de desnivel. Era una etapa larga, pero sin demasiadas dificultades. Consistía en ascender hasta el Coll de Delluí, avanzar por la zona de los Estanys de Cubieso y Tort y, finalmente, hacer una última subida hasta el refugio de Colomina. Un tramo perfecto para acostumbrarnos al terreno de la ruta y para irnos poniendo a prueba. Sobre todo nuestra capacidad orientativa. Aunque teníamos el mapa de la ruta y la aplicación de Carros de Foc, que contenía los mapas de cada etapa offline con GPS, no sabíamos si nos acabaríamos perdiendo…
Con todo este «instrumental» a punto iniciamos la marcha. Pero al cabo de pocos pasos ya no sabíamos hacia dónde ir. ¡No encontrábamos el camino por dónde empezar! Si, muy ridículo. Sabíamos que no somos los maestros de la orientación, pero no esperábamos dar la nota tan pronto. Con un último intento de conservar nuestra dignidad, antes de ir al refugio a que nos indicaran la ruta, encontramos el desvío que queríamos. ¡Ahora sí! Comenzaba la aventura.
Y como cada etapa, comenzamos con subida. Perfecto para entrar en calor mientras el sol acababa de salir. Durante la subida nos encontramos con las primeras marcas que indicaban el camino de Carros de Foc: estacas con la punta de color amarillo o pilas de piedras, que otros excursionistas habían construido amablemente. Después llegamos a una zona más llana donde destacaban las agujas de Delluí y varios lagos, que reflejaban con precisión su entorno. Caminar por allí era precioso, pero no demasiado cómodo. El camino atravesaba una de las famosas «tarteras» de Carros de Foc. Tramos del camino formados por enormes bloques de piedra, donde en lugar de caminar teníamos que saltar de una piedra a la otra. Todo un reto para nuestro equilibrio. Pasar de una roca a otra, con el peso de la mochila desequilibrándonos, tenía su riesgo. Pero ya nos podíamos ir acostumbrando. En la mayoría de las etapas las «tarteras» hacían acto de presencia.
Superamos el primer tramo de piedras sin daños aparentes y, cuando el camino volvía a ser más practicable, iniciamos la subida hasta el Coll de Delluí. Las subidas siempre son duras, pero la recompensa es mayor. Desde arriba, las vistas eran brutales. A un lado veíamos la zona pedregosa de donde veníamos y al otro nos esperaba un tramo llano donde los Estanys de Cubieso, de aguas bien oscuras, era el gran protagonista. Esta era la magia de los collados, separaban entornos muy diferentes. Dos mundos. Y al llegar arriba, siempre teníamos ganas de descubrir lo que nos esperaba a continuación.
Tras el descenso, el tramo fue muy sencillo y agradable. No era un paisaje tan fascinante como los que habíamos visto o veríamos, pero se estaba de maravilla caminando por allí. Era un paisaje prácticamente lunar, donde los lagos se iban sucediendo, ofreciéndonos unas vistas encantadoras.
Caminamos por el arcén del Estany de Cubieso, el de Mariolo y, finalmente, el del Estany Tort. Estábamos impresionados por la gran cantidad de lagos que habíamos visto en un solo día.
Al llegar al final del Estany Tort, donde hay unos antiguos raíles de vagoneta, tomamos el desvío hacia la izquierda que nos llevaría hasta el refugio de Colomina. Un último tramo de subida, de unos veinte minutos, nos llevó hasta allí. El refugio se encuentra justo al lado del Estany de Colomina. ¡Las vistas eran impresionantes!
Sin embargo, el sol que nos había acompañado durante el día, nos abandonó poco después de llegar al refugio (sobre las tres de la tarde). Por eso, estuvimos poco tiempo explorando el entorno del refugio.
Pasamos la tarde en el comedor, entretenidos con los diferentes juegos de mesa que había. Mientras tanto, vamos viendo como otros excursionistas con los que habíamos coincidido la noche anterior van llegando. Entre ellos John. Un filipino, que llega prácticamente a la hora de la cena (a las siete) con una anécdota de concurso: por la mañana había tomado el camino en sentido contrario. De modo que había ido deshaciendo el recorrido que había hecho el día anterior. ¡Y no se había dado cuenta hasta después de casi dos horas! Extraordinario. Llegó diciendo no me siento las piernas, con su acento asiático. Ya vimos que los problemas de orientación debían ser un mal común entre los que hacíamos Carros de Fuego. O quizás era culpa de la naturaleza que, de tan encantadora que era, nos hacía bajar la guardia.