Despertarnos al refugio de J. M. Blanco fue mágico. Sublime. Después de una noche de lluvia, la calma y la niebla inundaban el ambiente. Sin embargo, el sol luchaba por hacer acto de presencia. Y cuando aparecía, a detrás del Estany Tort, nos regalaba una luz preciosa. Una luz cálida que creaba una reflejos perfectos en el estanque, ofreciéndonos una maravillosa escena, que nos llenó de energía mientras desayunábamos. De nuevo ya estábamos desando empezar a caminar. Nos esperaba la tercera etapa de Carros de Foc. Avanzaríamos hasta el refugio de Amitges. De camino, también pasaríamos por el refugio de Ernest Mallafré, muy cerca del famoso Llac de Sant Maurici, pero allí sólo haríamos una corta parada.
Durante el inicio del recorrido, que bordeaba el Estany Tort por el lado opuesto por donde habíamos ido el día anterior, avanzamos a paso de tortuga. Pero esta vez no fue por culpa de la dificultad del camino, que era muy sencillo. La culpa era de la belleza del entorno. Cada pocos pasos necesitábamos parar y impregnarnos del fantástico paisaje que nos rodeaba. Necesitábamos retenerlo. La combinación del sol, la niebla, las montañas, el lago y el refugio era de postal. No nos habría importado pasar allí toda la mañana. Pero aunque pensáramos que aquellas vistas eran inigualables, también habíamos aprendido que la ruta tenía muchos ases en la manga. Por ello, continuamos caminando. Queríamos seguir descubriendo los parajes idílicos del Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici.
Tras dejar atrás el hipnotizante Estany Tort, iniciamos una suave subida mientras la niebla nos inundaba. En algunos instantes teníamos un campo de visión muy reducido. Entonces, desaparecían las montañas y sólo nos concentrábamos en encontrar los hitos (pilas de piedras) que nos indicaban el camino correcto. Entre tanta niebla, las posibilidad de terminar perdidos entre tantos lagos, que ya eran altas por sí solas, se multiplicaban. Pero debíamos estar muy inspirados, ya que no nos salimos del camino en ningún momento. Además, tuvimos la suerte de ver un grupo bastante numeroso de sarrios, que entre la espesa niebla, parecían un espejismo.
El camino sencillo no tardó en terminarse. El tramo final de la ascensión hasta el Coll de Monestero, una claro «V» entre los Picos de Peguera y el Pico de Monestero, volvía a ser un tramo pedregoso. Enormes bloques de piedra y una subida pronunciada nos pusieron a prueba. Podríamos haberlos maldecido, ya que cada mañana teníamos que atravesar tramos como aquellos, pero queríamos ser justos. El entorno por donde pasaba el camino era encantador. De nuevo, una multitud de pequeños estanques nos acompañaban mientras hacíamos la cabra loca entre tanta piedra.
Cuando la niebla se iba disipando, llegamos al Coll de Monestero. Desde allí, tuvimos que descender por una pronunciada y resbaladiza pendiente en dirección al precioso Valle de Monestero. La bajada no fue fácil, pero la recompensa fue enorme. Caminar por el Valle de Monestero fue un gustazo. Preciosas flores, arroyos y lagos de aguas cristalinas nos maravillaban paso tras paso. Y las vistas eran aún mejores cuando el sol salía y podíamos admirar las imponentes cumbres pedregosos que nos rodeaban, de entre las que destacaban Els Encantats. Los dos picos icónicos del parque nacional.
Después de atravesar un bosque, donde varios arrendajos nos dieron la bienvenida, llegamos al refugio de Ernest Mallafré. Allí sellamos el forfait (¡ya llevábamos 4 refugios!) y aprovechamos para comer el picnic que habíamos comprado en el refugio. ¡Qué bien sienta la comida rodeados de tanta naturaleza!
Con las pilas recargadas, retomamos la ruta hasta el refugio de Amitges. El camino desde Mallafré hasta Amitges es el trayecto entre dos refugios más sencillo de Carros de Foc. Son sólo cinco kilómetros a través de la pista por donde pasan los taxis 4×4 que suben hasta el refugio. Ahora bien, las vistas son una maravilla. A lo largo de la subida pudimos admirar, entre otros, el famoso Llac de Sant Maurici, Els Encantats y el Estany de Ratera.
Después de la tranquila subida llegamos al refugio. De nuevo durante la tarde el tiempo se complicó, pero no dudamos en salir a descubrir el entorno cuando la lluvia se calmaba. Relajarnos admirando el Lago de Amitges, con las majestuosas Agujas de Amitges elevándose frente a él, fue la manera ideal de terminar la jornada.