No lo hicimos expresamente. Fue casualidad. Pero dejamos para el final la etapa más dura y puñetera de Carros de Foc. Acabaríamos odiando las famosas tarteras, que pacientemente nos esperaban para ralentizar hacernos el paso. Subiríamos al punto más alto de la ruta. Atravesaríamos parajes espléndidos. Y nos relajaríamos, después de los tramos más tortuosos, conscientes de que estábamos a punto de terminar la ruta.
Era la etapa final. De Ventosa y Clavell hasta el Estany Llong. Y fue espectacular.
Salimos del refugio cuando el sol comenzaba a aparecer. Regalándonos las luces anaranjadas que tanto echaríamos de menos. Entre arroyos, lagos y reflejos preciosos avanzamos a paso ligero por el valle. Hasta que dejamos atrás el Estany Gran de Colieto. Entonces, aparecieron los enormes bloques de piedra, dispuestos a poner a prueba nuestro equilibrio. Y, junto con ellos, la subida. La combinación perfecta.
Para llegar hasta el Coll del Contraix deberíamos sudar la gota gorda. Nos esperaban unos dos kilómetros y medio y quinientos metros de desnivel para llegar. Y prácticamente no había camino. Básicamente teníamos que ir subiendo, mientras atravesábamos un mar de enormes bloques de piedra, y hacíamos filigranas para no poner a prueba la resistencia de nuestra mandíbula. La primera parte de la subida no era excesivamente difícil, pero avanzábamos muy lentamente. ¡Cuánta piedra! Por suerte, para animarnos sólo teníamos que girar la cabeza. Las vistas que teníamos a nuestras espaldas eran de postal. O, más bien, de póster.
Superado el tramo de los bloques de piedra. Llegamos a la última parte de la ascensión. Las enormes piedras que tanto habíamos maldito se habían convertido en minúsculas piedrecitas muy resbaladizas. De modo que, si no vigilábamos donde poníamos los pies, podíamos dar un paso y retroceder tres.
Un último esfuerzo… ¡Y ya está! Nos plantarnos al Coll de Contraix, a 2.749 metros. Las vistas, desde allá arriba, eran la gran recompensa.
Después de un buen rato saboreando el entorno que nos rodeaba, iniciamos la bajada. Durante la primera parte, hasta que no dejamos atrás el precioso Lago de Contraix, el camino seguía siendo muy pedregoso. Pero una vez superado, pudimos despedirnos definitivamente de las malditas tarteras.
Los arroyos y una exuberante vegetación sustituyeron los bloques de piedra, por lo que el camino era mucho más practicable. El descenso era considerable: 800 metros de desnivel en menos de cinco kilómetros, pero los paisajes por donde pasaba el camino eran espectaculares. Y conscientes de que la ruta comenzaba a llegar a su fin, nos tomamos las cosas con bastante calma. Porque no hay nada como una siesta en entornos como aquellos. Miráramos donde miráramos todo era encantador.
Cuando las piernas ya empezaban a flaquear y las espaldas maldecían el peso de la mochila, llegamos al refugio del Estany Llong. Allí habíamos empezado la ruta y, seis días después, con el último sello, lo acabábamos. ¡Habíamos completado Carros de Foc! Pero lo mejor no era eso. Sino la certeza de que habíamos descubierto un rincón del mundo con unos parajes encantadores. Habíamos recorrido 55 kilómetros fascinantes. Y habíamos disfrutado de la magia de la montaña. De sus colores. De sus luces. De los amaneceres y los atardeceres. Habíamos descubierto el fascinante mundo de las rutas de senderismo. Una manera diferente de viajar. Tranquila y cautivadora.
Por eso, mientras recorríamos los once kilómetros desde el Estany Llong hasta el aparcamiento de la Palanca de Molina, ya íbamos pensando con futuros trekkings. Estábamos cansados, y algunas rodillas ya ni respondían. Pero nos sentíamos radiantes, impregnados de naturaleza. Y ya soñábamos con volver a experimentar esa sensación de nuevo.