Llegar al océano atlántico ha transformado los paisajes que me acompañan durante las jornadas. Ha transformado los bosques y ríos por las playas. Ha transformado las mañanas solitarios, avanzando entre pequeños pueblos, por el calor de recorrer la costa atlántica en bicicleta, que bulle de actividad en cualquier momento del día. Pero la Vélodyssée sigue conservando algo que también me ha acompañado durante la Ruta de los Dos Mares. No tengo claro qué es. Pero estoy convencido de que es lo que hace tan especial este viaje en bicicleta.
La costa atlántica francesa en bicicleta: De Les Sables d’Olonne hasta la Islaa de Noirmoutier
La tercera etapa para la Vélodyssée empieza tranquila, entre paisajes sencillos. Zonas rurales de paso, que se alejan de la costa, para volverme a llevar hasta ella cuando menos lo espere. Cuando el camino se acerca de nuevo al litoral, muchos caminos se desvían para llegar hasta las playas. El viento esparce el olor de sal por las playas. Ocupadas sólo por los que se atreven a hacer surf.
Paso por el centro de pequeños pueblos como Brem-sur-Mer, St-Gilles-Croix-de-Vie, St-Jean-de-Monts. Sus puertos, faros o extensas playas me invitan a parar un rato. A relajarme bajo la melodía del mar.
Al mediodía, abandono St-Jean-de-Monts con la emoción de dirigirme hacia la Isla de Noirmoutier, donde hay una de las carreteras más famosas de Francia. Una carretera que cada día desaparece durante unas horas …
La costa atlántica francesa en bicicleta: La Isla de Noirmoutier
Unos veinte kilómetros pedaleando por los bosques del litoral, me llevan desde St-Jean-de-Monts hasta el puente de entrada a la Isla de Noirmoutier. Una pequeña isla de 49 km2 con una gran variedad de paisajes, el pintoresco pueblo de Noirmoutier-en-l’Île y algunos productos gastronómicos excelentes, como la sal, las ostras y las patatas bonotte.
Durante los ocho kilómetros que recorro por la isla solo puedo conocer una pequeña parte. Pero me basta para hacerme a la idea de su singularidad, mientras contemplo el movimiento de la marea. La Isla de Noirmoutier es muy famosa entre los turistas porque a pesar de ser una isla, cuando la marea se encuentra en su punto más bajo, se puede acceder en coche, andando o en bici por el Passage du Gois, una carretera que atraviesa la Bahía de Bourneuf. Esta carretera desaparece dos veces al día, gracias a la magia de las mareas, y más de un coche despistado ha quedado inundado mientras la recorría…
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Llego al inicio del Passage du Gois cuando ya está totalmente descubierto y hay coches circulando. Por suerte faltan unas horas antes de que vuelva a quedar sumergida por el océano, así que puedo recorrerla tranquilamente. Mientras pedaleo descubro como muchos coches se desvían del asfalto, para aparcar justo al lado y bajar del coche cargados de cubos con el objetivo de llenarlos con el marisco que abunda por la zona.
La costa atlántica en bicicleta: Des de La Barre de Monts hasta Bouin
Tras atravesar los cuatro kilómetros del Passage du Gois entro de nuevo al continente por el pueblo de La Barre de Montes. Desde allí, me adentro de nuevo hacia el interior hasta el pueblo de Bouin, donde hago noche en el camping/granja la Ferme Auberge «La ile Sauvage». ¡Tengo todo el camping para mí! 😊
La costa atlántica francesa en bicicleta: De Bouin hasta Fróssay
Abandono Bouin para seguir recorriendo la costa atlántica francesa en bicicleta, siguiendo el curso de la Vélodyssée. Campos de cultivo, pescadores, carrelets, alguna cala solitaria. Campos de cultivo, pescadores, carrelets, alguna cala solitaria. Campos de cultivo, pescadores, carrelets, alguna cala solitaria. Algunos momentos parecen monótonos, pero siempre hay sorpresas.
Después de pasar por alguna urbanización de la costa, distraído, inmerso en mis pensamientos, la panorámica del puerto de Pornic centra toda mi atención. No me lo esperaba. No recordaba haber leído nada de este pueblo, que desde el primer momento encuentro precioso.
El tradicional puerto de Pornic, con el castillo medieval Gilles de Rais presidiéndolo, enamora a los visitantes que como yo llegan siguiendo el litoral. Para acabar de conocer este pequeño pueblo de pasado prestigioso, no hay nada mejor que pasear y sentir el ambiente pesquero que se respira entre sus calles.
Abandono Pornic consciente de que no me quedan demasiados kilómetros para alejarme del Atlántico, que no volveré a ver hasta el norte de la Bretaña Francesa. Contemplo las últimas playas y me despido del océano en St Brevin Les Pints, en la desembocadura del Loira. Un enorme puente atraviesa el río hasta Saint-Nazaire, pero no lo recorro. Sigo pedaleando por el lado del Loira hasta Paimboeuf, para luego seguir por el carril bici que bordea el Canal de la Martinière. Vuelvo a los bosques. A su calma. Y recuerdo los canales de la Ruta de los Dos Mares mientras llego al Camping Municipal de Fróssay.
La costa atlántica francesa en bicicleta: La mágica ciudad de Nantes
Sólo cuarenta kilómetros me separan de la ciudad más icónica del oeste francés: Nantes. Avanzo con cierta impaciencia entre los caminos: carril bici asfaltados y tramos más salvajes entre bosques. Y a media mañana, llego a la ciudad. Dispuesto a perderme por sus calles, para descubrir el encanto de la ciudad que vio nacer a Julio Verne.
Comienzo a visitar Nantes desde el corazón de la ciudad, la Plaza Real y desde allí me muevo por algunas de las calles más céntricas. La ciudad está llena de detalles, la arquitectura es preciosa, y me sorprende la tranquilidad que se respira.
El azar hace que descubra una pastelería alucinante: la pastelería Aux Mervelleous, donde hacen unos pasteles con merengue alucinantes. El desgaste de pedalear cada día unos cien kilómetros me hacen pensar con comida constantemente, y no puedo resistirme a probar una de estas maravillas. El aspecto, la textura y el sabor hacen honor a su nombre. ¡Impresionante!
Aún con el regusto delicioso del dulce, me alejo del centro para ir a visitar uno de los monumentos más míticos de Nantes, el Castillo de los Duques de Bretaña. La energía de los castillos, la historia de sus paredes, atraen la atención de todos los que pasean por las afueras de esta ciudad tan verde.
Termino la visita por Nantes contemplando su catedral, la catedral de St Pierre et St Paul. Un edificio majestuoso. Desde allí me despido de la ciudad dirigiéndome hacia el Canal de Nantes a Brest.
La costa atlántica francesa en bicicleta: El Canal de Nantes Brest
Siguiendo el curso del Canal de Nantes a Brest en bicicleta, me alejo de la ciudad. Rápidamente los edificios se convierten en árboles, y vuelvo a respirar la tranquilidad de la Francia más rural.
Seguir el curso del Canal de Nantes a Brest, construido durante el siglo XIX por iniciativa de Napoleón, me permitirá conocer el centro de la Bretaña Francesa mientras sigo avanzando hacia la costa del norte de Francia. Avanzando entre el verdor característico de los canales, el curso del agua se adentra por algunos de los pueblos más bellos de la región. Rincones donde parece que el paso del tiempo se haya detenido.
Desde el inicio, llegar a la Bretaña Francesa había sido uno de los grandes alicientes de la ruta, y cuando salgo de Nantes sólo cien kilómetros me separan de esta región. No queda nada.
Tras pasar la tarde avanzando por carriles bici solitarios, dejando atrás restancas, pájaros y la melodía de las hojas, llego el pequeño pueblo de Nort-sur-Erdre y hago noche en el Camping Port Mulon.
Una nueva mañana pedaleando mientras el bosque se despierta, sorprendiendo a algún conejo, ratonero y caballo, me lleva hasta el Castillo de la Groulais, en el pueblo de Blain. Esta fortaleza medieval, que pertenece a la familia Goulaine desde hace más de mil años, se eleva majestuosa muy cerca del canal. Lo contemplo impresionado desde el exterior, e imagino la emoción de pasar una noche en una de las dos habitaciones que pueden ser alquiladas.
Siento el encanto de la Bretaña Francesa cada vez más cerca. Y después de un día bien relajado, recorriendo caminos sin coches, sin desnivel y en perfecto estado, llego finalmente a Redon. En otras palabras, ya estoy en las tierras bretonas !! 😊
La enclusa de Redon y los barcos que se acumulan en la entrada de esta pequeña ciudad me indican que comienza una nueva etapa de la ruta. Aunque seguiré recorriendo la Vélodyssé, la entrada a una nueva región de Francia es sinónimo de novedades. Y más cuando esta región es la Bretaña Francesa…
(Este post corresponde al día 10,11 y 12 y la mañana del día 13 de mi viaje a Francia en bicicleta)