El Atlántico. El Océano Atlántico. Infinito. Por fin lo tengo delante de mí. Ondeando ante la interminable playa de Royan. Indicándome que después de seis días y medio de pedaleo he completado La Ruta de los Dos Mares, y que ahora llega el momento de engancharme a una nueva ruta en bicicleta: La Vélodyssée.
La Vélodyssée es una ruta de 1250 kilómetros que recorre la costa atlántica de Francia, desde la frontera con España hasta el norte de Bretaña. El estado de la ruta es excelente. La señalización es muy buena y en general se avanza por carriles bici asfaltados o de tierra compactada. Y sin duda, lo mejor de la ruta es su trazado. Ideal para descubrir algunos de los parajes más bonitos de la costa atlántica francesa y combinarlo con la visita a alguna de las ciudades más icónicas. Yo recorreré dos terceras partes de la ruta, unos 850 kilómetros, desde Royan hasta Roscoff. Sólo mirando el mapa, ya tengo suficiente para saber que una vez inicie la marcha de nuevo, el espectáculo continuará …
La Vélodyssée: de Royan a Marennes
Durante los primeros kilómetros que recorro tras dejar atrás Royan, voy descubriendo la belleza de la Vélodyssée: avanzo paralelo a la costa, por un paseo marítimo repleto de casas preciosas y descubriendo una playa tras otra.
De vez en cuando la ruta se adentra por algún bosque, desde donde hay multitud de caminos que van a la costa, pero durante la mayor parte de la ruta las vistas panorámicas de las playas son las grandes protagonistas. Sobre todo las de la playa La Palmyre. Una playa inmensa que parece no tener final y donde la arena y el agua se alternan hipnóticamente.
Disfruto durante un buen rato de las vistas de la playa antes de hacer los últimos treinta kilómetros del día hasta Marennes, donde hago noche en el Camping Municipal la Giroflée, una pequeña granja donde hay una zona para acampar.
La Vélodyssée: de Marennes a La Rochelle
Aunque sigo estando muy cerca del mar, empiezo el día sin ver la playa y avanzando entre campos de cultivo. Avanzo completamente solo, sin encontrarme coches ni otros ciclistas. Sólo comparto el camino con los caballos que pastan por los campos y con alguna cigüeña.
Poco antes de las doce del mediodía, llego a la ciudad de Rochefort. Esta ciudad a menudo queda eclipsada por sus ciudades vecinas, por lo que no es de las más visitadas de la zona. Pero la magia de viajar en bicicleta es la de poder descubrir un país poco a poco, conociendo también algunos de los lugares menos conocidos o famosos. Y parar a pasear por la ciudad de Rochefort es un gran acierto.
Esta ciudad fue construida durante el siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIV. El rey de Francia quería potenciar el dominio francés en los mares y necesitaba aumentar la flota de buques de la armada. Por este motivo, decidió que al emplazamiento donde actualmente se encuentra la ciudad de Rochefort construiría un nuevo arsenal. De este modo, junto con la construcción del arsenal se fue creando la ciudad de Rochefort.
El origen militar de esta ciudad se respira sobre todo en la zona del puerto, donde destaca el enorme edificio de la Corderie Real, una fábrica de cuerdas náuticas para todo el ejército francés.
Dado que no es una ciudad demasiado grande, paseo por ella sin rumbo fijo. Dejándome llevar por las calles y los edificios que me llaman la atención …
Una vez visitada la ciudad, recupero de nuevo la Vélodysée y me dirijo hacia la famosa ciudad de La Rochelle. Buena parte de la ruta pasa de nuevo por el lado del mar. Pero me encuentro con unas vistas completamente diferentes a las de ayer. La marea está en su punto más bajo, de manera que sólo puedo intuir el agua a lo lejos. En cambio, descubro puertos sin agua y playas infinitas y llenas de conchas.
Sobre las cinco de la tarde, llego finalmente a La Rochelle. Después de un día muy tranquilo, la multitud de gente que me encuentro en La Rochelle me deja perplejo. Es el día de la final del mundial de fútbol y Francia está clasificada, así que todo el mundo ha decidido salir a la calle a celebrarlo …
A pesar de la multitud, hago lo que más me gusta cuando llego a una ciudad: seguir pedaleando por sus calles sin seguir ningún ruta, dejando que el azar o la intuición me lleven hacia los rincones con más encanto.
Entrar en la ciudad desde el litoral, contemplando las torres medievales que presiden el puerto, es hacer un salto en el tiempo. Un salto al pasado que se acentúa mientras me muevo por las estrechas calles del centro histórico y cuando llego delante de la enorme Torre de San Nicolás.
La ciudad hierve de actividad y para terminar mi visita, decido alejarme de nuevo a la parte menos céntrica del puerto, por donde he entrado en la ciudad, y comer una deliciosa crepe de chocolate mientras me despido de La Rochelle.
Termino el día recorriendo unos últimos kilómetros hasta el camping Aire Naturelle Le Verger.
La Vélodyssée: de La Rochelle a Les Sables d’Olonne
Cuando la Vélodyssée abandona las playas y las ciudades, lo hace para pasar por zonas interiores de campos de cultivo. Entonces avanzo entre carreteras secundarias donde prácticamente no encuentro a nadie. Sólo algún ciclista muy de vez en cuando.
Avanzo entre paisajes sencillos pero llenos de detalles que si viajara en coche no apreciaría. Campos de girasoles. Iglesias que siempre destacan entre las bajas casas de los pueblos rurales. Cualquier cosa me invita a detenerme de vez en cuando para sentir la cotidianidad de los rincones por donde avanzo, mientras aprovecho para descansar del viento que hoy sopla en mi contra.
Al mediodía, después de haber dejado atrás los pequeños pueblos de Pont du Brault y St-Michel-en-l’Herm, el recorrido vuelve a llegar a la costa. Pedaleo de nuevo acompañado del ruido del mar, mientras una gran diversidad de paisajes del litoral va apareciendo ante mí.
Sin duda, el mejor tramo del día son los últimos 25 kilómetros desde Jard-sur-Mer hasta Les Sables d’Olonne. El camino pasa primero por una zona de humedales antes de llegar al carril bici que recorre la costa hasta la ciudad. Paso por delante de calas pedregosas preciosas, como la Baie de Cayol, y encuentro bastante gente paseando por la zona y esperando las preciosas luces de la puesta de sol.
El único inconveniente de ir en bici es que llegar cuando es oscuro a un camping es un problema … así que no me puedo quedar a disfrutar de la puesta de sol. Tampoco tengo demasiado tiempo de visitar el centro de Les Sables d’Olonne (pero me gusta dejarme cosas para visitar, porque así tengo una excusa para volver :)). Así que como que se me hace tarde, pongo la directa hacia el camping que se encuentra en las afueras de la ciudad, el camping Las Ormeaux.
Una vez he montado la tienda y he cenado, tengo tiempo de dar vueltas unos minutos antes de que oscurezca. Cojo la bici de nuevo y me adentro por unos caminos, buscando algo que me obligue a detenerme. Y tengo la suerte de ir a parar frente a un pequeño lago donde se reflejan las mágicas luces del final del día.
Unas luces sorprendentes. Como la Velodyssée.
(Este post corresponde al la segunda mitad del día 7 y el día 8 y 9 de mi viaje a Francia en bicicleta)