Empiezo uno de los días más especiales del viaje en bicicleta por Francia. Hoy es el día en que llegaré al Mont Saint-Michel.
El símbolo de esta ruta. No dejo de pensar que, realmente, llegar hasta el Mont Saint-Michel era sólo una excusa. Un pequeño objetivo para dibujar una ruta por Francia en bicicleta. Desde el sur hasta el norte del país. Del Mar Mediterráneo al Atlántico.
Sé del cierto que lo mejor de este viaje no será ver este monumento de postal. Lo mejor ha sido todo el camino. Y saborear los sencillos bosques, el litoral y los pequeños pueblos por donde he ido pasando. Sin embargo, tengo ganas de llegar al Mont Saint-Michel y disfrutar de la fotografía. Las puestas de sol sobre la abadía suelen ser mágicas.
De Saint Malo a Cancale
Un llovizna me acompaña mientras me alejo de Saint Malo, pedaleando por el lado de la Grand Plage du Sillon. Las gaviotas rompen el silencio que aún se respira en la ciudad, la gente todavía duerme.
Recorro los 20 km que separan Saint Malo de Cancale con mucha tranquilidad. La ruta es muy sencilla. Y aunque la primera parte del recorrido pasa por el lado de la costa, poco a poco se adentra por el interior, entre carreteras secundarias rodeadas de campos de cultivo.
A medio camino abandono momentáneamente la ruta oficial. No puedo dejar de visitar el Fuerte Guesclin, un pintoresco castillo construido sobre una pequeña isla en la playa Guesclin. Es uno de los lugares más fotogénicos de la Bretaña Francesa.
Desde allí ya pongo la directa hasta Cancale, un pequeño pueblo costero. Famoso por su puerto y sus ostras. Desde el puerto, contemplo una actividad frenética de barcos y pescadores. Y visito uno de los puntos más típicos de la zona: los pequeños puestos donde comprar y degustar ostras recién recogidas.
Después de probar las famosas ostras de Cancales, inicio los últimos 50 kilómetros hasta el Mont Saint-Michel. ¡Ya casi llego!
De Cancale a Vivier Sur Mer
Desde Cancale me alejo momentáneamente de la costa. Tengo dificultades por encontrar la ruta, ya que prácticamente no hay indicaciones. Pero con la ayuda del track GPS termino situándome. De nuevo el camino avanza por solitarias carreteras secundarias. No tienen un encanto especial. Pero me preparan para las grandes vistas que disfrutaré en la última parte de la ruta.
Cuando el camino vuelve a acercarse a la costa y miro el mar, descubro una silueta inconfundible a lo lejos. El Mont Saint-Michel. Después de casi 2.000 kilómetros, es un momento sensacional.
Unas cuantas bajadas me llevan hasta Vivier sur Mer. Una pequeña localidad que sigue viviendo principalmente de la pesca de marisco. Desde allí, comienza un carril bici que me llevará hasta el Mont Saint-Michel. Uno de los recorridos más bonitos que se pueden hacer en la Bretaña Francesa.
💡 Tarjetas para viajar sin comisiones
Para no pagar comisiones y tener siempre el mejor tipo de cambio, te recomiendo que uses la tarjeta Revolut y la tarjeta N26. Son las que yo uso en mis viajes. Te supondrán un gran ahorro. El proceso de alta es online, rápido y gratuito.
Si quieres saber más puedes leer este post sobre las mejores tarjetas para viajar.
De Vivier Sur Mer al Mont Saint-Michel
Todo es plano y tranquilo. Ideal para disfrutar del paisaje y no pensar en nada más. Escucho el sonido de las olas. Disfruto de la refrescante brisa marina. Y me animo cuando miro al horizonte y veo la silueta del Mont Saint-Michel cada vez más cerca.
A medio camino, la ruta se adentra por un bosque, desde donde no se ve la abadía. Estoy inmerso en mis pensamientos durante un largo rato, hasta que una ciclista me avisa que tengo las alforjas muy mal puestas. Cuando me paro a revisarlo, descubro que he perdido el trípode. Básicamente había llevado el trípode durante todo el viaje pensando en poder fotografiar el Mont Saint-Michel durante el atardecer y la noche, así que decido deshacer el camino para intentar encontrarlo. Termino retrocediendo 10 kilómetros hasta el último punto donde lo he utilizado. Pero no lo encuentro en ninguna parte. Desisto. Ya tengo asumido que no lo recuperaré cuando veo que una pareja de ciclistas que vienen hacia mí llevan un trípode como el mío. Sospechoso. Me dicen que lo acaban de encontrar en el suelo, y yo les cuento mi desventura. Efectivamente es mi trípode!
Todo ha terminado bien. Así que sólo me queda disfrutar de los últimos kilómetros hasta el Mont Saint-Michel. La última recta contemplando la imponente abadía es fascinante.
Me instalo en el camping más cercano al monumento, el Camping du Mont Saint Michelle. Es un poco más caro, pero su localización es fantástica.
Paso la tarde explorando el entorno de la abadía. Y sobre todo disfruto de los colores de la puesta de sol. Desde una pasarela se puede contemplar perfectamente el movimiento de la marea, una de las más impresionantes de Francia.
Saboreo las últimas luces del día, rememorando toda la ruta que me ha traído hasta aquí. Esta construcción, iniciada por un grupo de monjas benedictinos en 966, desprende una magia única. Sobran las palabras.
(Este post corresponde al día 23 de mi viaje por Francia en bicicleta)