La silueta de Burdeos, elegantemente erigida junto al río Garona, me indica el final de la etapa del Canal de Garona. Dejo atrás los sencillos y cautivadores paisajes del canal. Donde las infinitas hileras de árboles, creaban una atmósfera mágica alrededor del agua. Dejo atrás los pueblos del interior de Francia, y me preparo para ir descubriendo la atmósfera marítima. Siento que tengo el Océano Atlántico cada vez más cerca, ya que Burdeos también es el inicio de la última etapa de la Ruta de los Dos Mares: la ruta del Estuario de Gironda, que avanzando paralelamente al estuario me llevará hasta en el océano.
Pero antes de ponerme a pedalear de nuevo, dedico unas horas a descubrir una de las ciudad más bonitas de Francia: Burdeos.
Burdeos en bicicleta
Burdeos es una ciudad que invita a pasear. Sin rumbo fijo. Improvisando en cada esquina. Fluyendo entre la multitud por sus callejuelas del centro histórico. Paseando entre casas históricas y descubriendo, de vez en cuando, los monumento más emblemáticos de la ciudad. Los edificios antiguos y la arquitectura moderna hacen que caminar por esta ciudad sea especial. Por ello, desde 2007 Burdeos es Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO.
Una vez cruzado el Puente de Piedra, me adentro por el Barrio de Saint Pierre, el centro histórico de la ciudad. Viajo al pasado mientras recorro pintorescas calles como la Rue des Argentieri – la calle de los orfebres- o la Rue des Bahutiers – la calle de los comerciantes de baúles. Y quedo maravillado mientras contemplo la torre La Flèche Saint-Michel y la enorme catedral de San Andrés.
Después de tantas vueltas por las callejuelas de la ciudad, vuelvo hacia el río Garona para orientarme de nuevo. De camino, paso por la Puerta Cailhau, construida en 1494 y que formaba parte de las murallas de la ciudad.
Y no puedo terminar la visita por el centro de Burdeos sin pisar la famosa Place de la Bourse, el emblema de la ciudad. Esta extensa plaza, construida durante el siglo XVIII, tiene una magia especial al contemplarla desde Le Miroir d’Eau, el espejo de agua más grande del mundo. El agua, la niebla y los reflejos aportan unos contrastes sorprendentes y muy fotogénicos en la famosa plaza. Regalando una preciosa estampa final de la ciudad.
Estuario de Gironda en bicicleta: de Bordeus a Blaye
Burdeos es cautivador. Me quedaría alguna hora más alrededor por la ciudad. Pero todavía tengo que pedalear más de cien kilómetros para llegar al camping… Así que pasadas las 11:15, me pongo a pedalear de nuevo. Y lo hago con un poco de prisa. Me propongo recorrer los 46 kilómetros que me separan de Lamarque en menos de tres horas, ya que para cruzar el Estuario de Gironda quiero coger el ferry de las 14:15. Todo un reto para mí y mi bici.
Recorro el trayecto entre Burdeos y Lamarque casi sin detenerme. En parte porque tengo prisa, pero también porque el camino no tiene un encanto especial. Básicamente avanzo por carreteras secundarias y por pequeñas urbanizaciones. Nada que ver con los encantadores paisajes que he ido recorriendo. De hecho, el camino que sigo es un itinerario provisional de la ruta del Estuario de Gironda, que tiene como único objetivo unir el estuario con la ciudad de Burdeos. Es el tramo ideal para avanzar rápido, a pesar del calor sofocante, para poder ir con más tranquilidad cuando los paisajes me inviten a detenerme.
Llego a Lamarque con el tiempo justo para subir al ferry hacia Blaye, al otro lado del Gironda Estuary. Con sólo quince minutos de trayecto ya estoy al otro lado, preparado para seguir avanzando.
Estuario de Gironda en bicicleta: de Blaye a Vitrezay
El bonito pueblo de Blaye, con el su ciudadela declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, me dan la bienvenida al otro lado del estuario. Contemplo la fortaleza desde el exterior y me muevo por este pequeño pueblo, pero tampoco me entretengo demasiado, ya que todavía tengo que pedalear bastante…
De nuevo, los carriles bici y las carreteras secundarias avanzan por el interior, así que abandono el ambiente marítimo que se respira junto al estuario. La ruta es muy tranquila y sencilla en general, menos cuando aparece el temido viento. Durante los últimos 10 kilómetros hasta Vitrezay, sopla un viento de cara que me obliga a pedalear con el doble de fuerza. Me canso aún más. Pero este viento, típico de las zonas marítimas, me recuerda que cada vez estoy más cerca de las playas atlánticas.
Llego a Vitrezay acalorado, con poca agua y muchas ganas de descansar. Pero descubro que, de hecho, Vitrezay no es un pueblo. Es sólo un puerto y una reserva natural. Un pequeño oasis de naturaleza. Me encanta. Respiro el olor a sal por primera vez desde que abandoné el Mar Mediterráneo. Veo por primera vez les carrelets, unas pequeñas casas de madera que se encuentran en la orilla del mar y que son utilizadas para pescar a través de una red que cuelga de una polea y que baja hasta el mar. Y me doy cuenta de que ya no me queda batería en el móvil. Así que los últimos 20 kilómetros hasta el camping de Mortagne Sur-Gironda los haré sin la seguridad que da el GPS.
Estuario de Gironda en bicicleta: de Vitrezay a Mortagne Sur-Gironde
Abandono Vitrezay recorriendo la Pôle-Naturale de Vitrezay, una de las reservas naturales del Estuario de Gironda. La calma lo inunda todo. Sólo siento el viento, que sigue soplando, y los gritos de los pájaros, que abundan en la reserva. Avanzo paralelo al ancho río, donde hay infinitas hileras de carrelets, y me dejo llevar por la sencillez del paisaje.
Más adelante, el camino vuelve a alejarse del estuario y se adentra hacia el interior. De nuevo, vuelvo a encontrarme rodeado de campos de cultivo. Completamente solo. Y sin batería en el móvil. Sólo espero estar avanzando en la dirección correcta…
De vez en cuando, algunas indicaciones me indican que sigo en el buen camino, hacia Mortagne Sur-Gironda. Pero también hay momentos de confusión. Cuando ya no me queda demasiado para llegar, siguiendo las indicaciones de la ruta ciclista, me planto en medio de un pueblo minúsculo. No hay nadie. Y el camino no parece que continúe. Decido dar marcha atrás, volver al camino principal a ver qué pasa. Las piernas, después de unos 115 kilómetros ya me empiezan a flaquear, y ya no tengo claro donde acabaré durmiendo hoy.
Pero justo cuando recupero de nuevo el camino principal, encuentro mi salvación: la mujer de la bicicleta. Una anciana que, cuando le pregunto cómo llegar a Mortagne Sur-Gironda, me invita amablemente a seguirla. Ella también se dirige hacia el pueblo y decide acompañarme hasta el camping. Se adapta a mi patético ritmo e intenta mantener una conversación conmigo, que no tengo ni idea de francés. Entiendo poco de lo que me dice y, cuando tengo que contestarle, no sé ni por dónde empezar. Pero su hospitalidad y amabilidad, su sonrisa, los capto a la perfección. Estos diez kilómetros que comparto con ella me llenan de energía. Y cuando finalmente después de un día tan largo, me indica la entrada del camping sólo siento gratitud hacia ella. Por haber decidido esperarme, por haberse adaptado a mí, y por haberme mostrado, seguramente sin quererlo, una nueva magia de viajar en bicicleta.
Estuario de Gironda en bicicleta: de Mortagne Sur-Gironde a Royan
Inicio el séptimo día del viaje consciente de que ha llegado el momento. El primer gran momento de mi ruta ciclista por Francia. El momento de tocar el agua del Océano Atlántico. Y contemplar sus impresionantes mareas.
Después de una semana de haber abandonado el Mar Mediterráneo, me quedan menos de cuarenta kilómetros para finalizar la Ruta de los Dos Mares. Salgo desde Mortagne Sur-Gironda deseando llegar a la costa, pero antes tengo que superar algunas subidas … Avanzando por carreteras solitarias. Rodeado de un paisaje rural minimalista. Y contemplando en el horizonte las aguas, cada vez más azules, del Estuario de Gironda. Juntos avanzando hacia la costa atlántica.
Poco a poco, me acerco más al litoral. Y, como no podría haber sido de otro modo, recorro los últimos kilómetros por el lado del estuario. En un entorno cada vez más marítimo. Me impresiona la belleza de este carril bici. Sentir el mar, después de tanto imaginarlo, seguramente contribuye. Cada vez lo encuentro todo más mágico.
Paso por el lado de playas situadas en la desembocadura del Gironda Estuary y, finalmente, tras una suave bajada llego a la inmensa playa de Royan. Bajo un sol magnífico, su arena y agua lucen resplandecientes. Y lo contemplo maravillado. Por todo lo que significa.
Es momento de pararme a descansar. De saborear mi primera victoria. Y de escuchar, por fin, como suena el océano atlántico…
(Este post corresponde al día 6 y a la mitad del día 7 de mi viaje a Francia en bicicleta)