Por mala suerte, llegamos al último día del viaje a Canadá. El tiempo pasa demasiado rápido cuando nos lo pasamos bien… Pero ya nos lamentaremos de esto en el avión de vuelta. Tenemos un solo día para conocer Vancouver. Y queremos aprovecharlo al máximo.
Sobre las nueve, acompañados de un sol espléndido, nos dirigimos al Stanley Park. Ya lo visitamos antes de ir a la Isla de Vancouver, pero no tuvimos tiempo de ir a todos los puntos que nos interesaban. Concretamente, nos dirigimos al Brockton Point, la zona de los tótems. Hay una colección de nueve tótems, que la ciudad de Vancouver compró entre 1920 y 1936.
La zona también es ideal para pasear. Está lleno de gente caminando, corriendo y en bici que, como nosotros, disfrutan de las visitas de Vancouver. Nos encantan los parques urbanos como estos. Caminar por los más de doscientos kilómetros de senderos que hay es la manera perfecta para huir de las prisas de la ciudad. No es de extrañar que Vancouver sea una de las ciudades con mayor calidad de vida del mundo.
A media mañana, ya vamos a la parte más céntrica de la ciudad. No podemos aparcar en la calle porque como máximo se puede dejar el coche dos horas. Además es carísimo. La mejor opción es buscar un parking, como los de la empresa EasyPark, con tarifas para todo el día por menos de 10 CAD. Con el coche estacionado, caminamos hasta el barrio más antiguo de la ciudad: el Gastown. Caminamos por sus anchas calles, contemplando algunos de los edificios del siglo XIX. Sin embargo, el gran protagonista de la zona no es una casa, sino un reloj de vapor construido en el año 1977.
El siguiente lugar que visitamos es el Chinatown, en la parte este de la ciudad. Caminamos unos diez minutos hasta que llegamos a la Chinatown Millenium Gate, el símbolo de entrada a esta parte de la ciudad. Desde allí, nos dirigimos al lugar que más nos llamó la atención al buscar información de la zona: los jardines chinos clásicos del Dr. Sun Yet-Sen, un jardín tradicional típico de la dinastía Ming. Hay una parte de estos jardines, el llamado parque, donde se puede entrar gratuitamente. Pero la parte principal, donde realmente se entra en los jardines, se entra pagando. Hay una tarifa familiar, que nos cuesta 28 CAD por cuatro personas. Nos maravilla el ambiente que se respira. ¡Qué tranquilidad y belleza! La construcción del jardín está basada en la armonía entre los cuatro elementos principales: las rocas, el agua, las plantas y la arquitectura. Un perfecto equilibrio entre el ying y el yang.
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Entonces paseamos un rato sin rumbo, buscando un buen sitio para comer. Finalmente, el que más nos convence es el Water Street Cafe, justo al lado del reloj de vapor. Hay comida bastante variada y buena. Además, a pesar de estar situado en uno de los puntos más turísticos de la ciudad, los precios están muy bien. Estamos contentos con la elección.
Cuando acabamos de comer, aún tenemos tiempo antes de ir al aeropuerto. Decidimos pasar el resto de la tarde en la Granville Island. Para llegar debemos cruzar el puente Granville y llenarnos de paciencia. La cantidad de coches que se dirigen allí es enorme -97.000 personas la visitan cada día – así que nos cuesta unos veinte minutos recorrer los cuatro kilómetros que hay desde donde habíamos aparcado el coche hasta la isla. Por suerte, encontramos un sitio en uno de los aparcamientos públicos y podemos empezar a explorar la zona. Encontramos un poco de todo: una escuela de arte, varios teatros, tiendas de souvenirs, una tienda especializada en juguetes para perros, una tienda de escobas (¡como las de Harry Potter!), el mercado público y bastantes bares y restaurantes . Sin duda, lo que más nos gusta es el mercado público. Entrar es una delicia para los sentidos. Inmersos entre la multitud que pasea, descubrimos una gran variedad de comida. Productos muy frescos recién salidos del océano, el campo o el horno.
Cuando pasamos por delante de la Stuarts Bakery no podemos evitar detenernos al ver el pastel de zanahoria. Todos los pasteles tienen muy buena pinta, pero el típico de Canadá es el que más nos llama la atención. ¡Y está buenísimo! No hay duda, el mejor que hemos comida a lo largo del viaje. No se nos ocurre una manera mejor de terminar el viaje …
Con el sabor dulce de los pastel, ya subimos al coche para ir al aeropuerto. Nos vamos de Canadá fascinados por su desbordante naturaleza. Y, tal y como hacemos siempre, nos despedimos del país con unos hasta pronto. Sería demasiado duro pensar que no volveremos a ver los paisajes canadienses …
(Este post corresponde al día 18 de nuestro Viaje a las Montañas Rocosas y la Isla de Vancouver)
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